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Antonio Fernández Fernández

De qué hablo cuando hablo de la ley

ANTINOMIAS

Antonio Fernández
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”

Montesquieu

Las leyes, en la historia de la humanidad, surgen como fase superior de las sociedades primitivas, en aquellos grupos sociales que tenían un mayor desarrollo económico y cultural. 

Donde previamente se crearon valores sociales, éticos y religiosos, y como una forma de regular la convivencia entre las personas, proporcionando las reglas necesarias para resolver disputas, establecer un orden social, garantizar los derechos, como la vida, la propiedad y el parentesco.

Posteriormente, las leyes sirvieron como una forma de control social, como instrumento de autoridad y de gobierno, proporcionando un medio para administrar justicia, reflejando, a menudo, los valores culturales, religiosos, morales y éticos, de esta forma se impregnaban las leyes con normas que resguardaban los principios, como era la religión en un país.

A lo largo de la historia, las leyes han recibido fuertes críticas; entre ellas están aquéllas que las han señalado de injustas o discriminatorias, por favorecer a ciertos grupos en detrimento de otros, lo que ha generado desconfianza en algunas leyes; otra critica ha sido la rigidez con que se aplican, pues se pueden volver obsoletas e inapropiadas en cierto momento, por ello deben de ser flexibles y actualizadas; también se han tachado de ineficaces, pues muchas de ellas no alcanzan sus objetivos declarados, y por lo tanto no se pueden aplicar, por eso esas leyes deben de desaparecer o adecuarse; otra crítica ha sido el abuso del poder, pues muchas de ellas han permitido que se aprovechen de ellas para abusar del poder por parte del gobernante o del órgano judicial; y también se ha criticado su complejidad, pues hay leyes tan rebuscadas que casi nadie las puede entender y requieren de una interpretación, lo que impide su clara comprensión. Sin embargo, la ley debe de representar equidad, justicia, seguridad, certeza y confianza.

Por todo lo anterior, en 1748, Charles de Secondat, Barón de Montesquieu, publicó su obra denominada El espíritu de las leyes, donde explora la teoría de la división de poderes, y analizó cómo las leyes y las instituciones políticas afectan a la sociedad; en términos generales analiza cómo las leyes tienen detrás de ellas un propósito fundamental, a veces un tanto oscuro, por lo que pierden su naturaleza, pues las leyes deben de ser creadas para adaptarse a la naturaleza y circunstancias específicas de una sociedad, sirven para equilibrar las relaciones desiguales entre las personas, regulan las relaciones entre el Estado y sus gobernados, y las relaciones entre los propios particulares.

Montesquieu señala que es importante, para la eficaz aplicación de las leyes, que exista una clara separación de poderes, para evitar una concentración excesiva de autoridad y que se pueda distorsionar la aplicación de la ley para su propio beneficio.

En los últimos años, han llegado al poder líderes populistas que han logrado concentrar un poder, casi absoluto, y distorsionar el equilibrio de poderes, logrando crear leyes a modo, para perpetuarse en el poder, sin que la sociedad civil haga algo para evitarlo. Parece absurdo que en la actualidad eso suceda, donde la información es instantánea y las redes sociales comunican al momento los acontecimientos, todo se queda en quejas y comentarios, pero no en acciones, casi nadie hace nada en contra de los abusos de poder, la ley no importa, se impone la voluntad del líder. Vivimos tiempos oscuros en materia jurídica, sin embargo, la ley siempre estará ahí, esperando su momento oportuno para aplicarse democráticamente.