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Armando Chaguaceda

Ciencia politizada

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Por:

Hace poco, en un diálogo con académicos de toda Latinoamérica, debatimos las particularidades que adopta, en cada contexto, el nexo entre producción científica y desarrollo nacional. Casi todos los países de la región han estado inmersos, con diferencias de grado, en el proceso de globalización bajo su modalidad neoliberal. Por su parte, los llamados gobiernos progresistas de la primera década de este siglo no caben tout court bajo aquel paradigma.

Los problemas, preguntas y prácticas investigativos de cualquier comunidad científica dependen de su contexto más amplio. Éste impacta el modo y grado de integración de la actividad científica en la sociedad. También el tipo de nexos entre la comunidad científica y la élite política. En ese sentido, las comunidades académicas sudamericanas desempeñaron un rol activo en la promoción del desarrollo nacional y la defensa de su autonomía —y colegas— bajo los autoritarismos conservadores de la Guerra Fría. Centros de pensamiento, como el CEDES argentino y la Flacso chilena de los 70 o las universidades jesuitas de la Centroamérica de los 80, demuestran dignamente ese empeño. Por su parte, en consonancia con el proyecto científico asumido por países descolonizados como Argelia o Vietnam, en Cuba se impulsó un tipo de academia de Estado, donde la movilización y control de la ciencia forma parte del mandato oficial.

La llegada de la democracia y el neoliberalismo ampliaron en la región las libertades académicas; pero también expandieron el rol del mercado. Los límites financieros, institucionales y culturales de las repúblicas criollas, unidos al antiintelectualismo de los populistas de todo pelaje, impactan hoy nuestras academias. La precariedad material y la desigualdad son contexto y contenido en las universidades haitianas o guatemaltecas. La misma vulnerabilidad socioeconómica —unida a la violencia política— torna heroico ser investigador en la Venezuela actual. El reto sigue siendo construir una política científica que sirva a la transformación política, económica y social de América Latina, basada en una comunidad científica autónoma, sofisticada y activa. Que posea “la capacidad de tomar decisiones basadas en las propias necesidades y objetivos en todos los campos de la actividad social”.

Como señalaba el teórico latinoamericanista Marcos Kaplan en una obra clásica, nuestra contemporaneidad cobija dos formas políticas —capitalista y socialista de Estado— contentivas, cada una, de sus propias contradicciones y prácticas hegemónicas. Éstas impactan la producción, discusión, aplicación y apropiación democráticos del conocimiento social dentro de una sociedad dada. En ambos contextos, es posible hallar manifestaciones ideológicamente diferenciadas de cientificismo, gerencial o hiperideologizado. Coincidentes en privilegiar el éxito de una carrera científica personal, a despecho de los problemas de los sectores económicamente explotados y/o políticamente dominados de la población.

Una ciencia politizada, definida por el rechazo a la disociación entre el pensamiento científico y postura política, es una necesidad tanto frente a la tecnocracia neoliberal como bajo cierta disciplina militante. Una academia comprometida con los imperativos sociales puede ser mediatizada por la influencia del mercado capitalista y por los mandatos del Estado-partido. La apropiación pública del conocimiento debe empoderar a sujetos y comunidades autónomos y socializar, de modo participativo, la producción científica disponible.

1 Ver Amílcar Herrera, Ciencia y política en América Latina, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2015.