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Arturo Damm Arnal

Adam Smith (4/5)

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En el título del libro de Smith, Una investigación sobre de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, encontramos dos preguntas: ¿en qué consiste la riqueza? y ¿cuáles son sus causas?, y una afirmación: todas las naciones pueden enriquecerse.

Ya vimos que la riqueza no consiste en el dinero (ilusión crisohedónica), sino en los bienes y servicios con los que satisfacemos necesidades, y que las causas de la riqueza, de la producción de satisfactores, son los elementos que integran el sistema natural de perfecta libertad y justicia, cuya esencia es el reconocimiento pleno, la definición puntual y la garantía jurídica de los derechos de los agentes económicos, es decir, Estado de Derecho.

Toca ahora el turno a la afirmación todas las naciones pueden enriquecerse, y hacerlo, no solo por medio de la producción nacional, sino del comercio internacional, que nunca es comercio entre naciones, sino entre personas de distinta nacionalidad.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que Smith vivió en una época, siglo XVIII, en la que estaba vigente el mercantilismo, con estas dos creencias básicas. (I) Que lo que conviene es exportar, y recibir dinero a cambio de mercancías, no importar, y dar dinero a cambio de las mismas, ya que, consecuencia de creer que el dinero es riqueza, si recibo dinero me enriquezco, si lo doy me empobrezco. (II) Que el comercio internacional es un juego de suma cero, de tal manera que, lo que un país gana, el otro lo pierde. Gana el que exporta, porque recibe dinero, que es riqueza, y se enriquece. Pierde el que importa, porque da dinero, que es riqueza, y se empobrece.

Dadas las ideas mercantilistas, lo que el gobierno debe hacer es incentivar las exportaciones, la entrada de dinero, ganancia de riqueza, y desincentivar las importaciones, la salida de dinero, pérdida de riqueza. Debe, incentivando exportaciones y desincentivando importaciones, lograr una balanza comercial superavitaria, lo cual es un error. Lo que conviene en materia de comercio exterior, aunque parezca antiintuitivo, es el déficit, no el superávit (véase https://www.razon.com.mx/opinion/columnas/arturo-damm-arnal/deficit-500282).

“No hay nada más absurdo –escribe Smith– que toda esta doctrina de la balanza comercial, sobre la que se basan todas las restricciones y reglamentaciones que afectan al comercio. Esta doctrina supone que cuando dos lugares comercian y el saldo está equilibrado, entonces nadie gana ni pierde, pero si se inclina hacia un lado entonces uno gana y el otro pierde en proporción a esa desviación del equilibrio. Un comercio estimulado forzadamente mediante primas y monopolios puede ser, y normalmente es, perjudicial para el país en cuyo beneficio se establece (…) Pero el comercio que se entabla de forma natural y regular entre dos lugares, sin coerción ni restricción, es siempre ventajoso para ambos, aunque no siempre en idéntica proporción”. (p. 563).

Hoy podemos hablar de un neomercantilismo, no por la ilusión crisohedónica, que ha sido superada, sino por la creencia, extendida, de que en materia de comercio exterior lo que conviene es el superávit no el déficit, y que los países que obtienen lo primero ganan, y los que obtienen lo segundo pierden, debiendo el gobierno lograr lo primero para evitar lo segundo.

Continuará.