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Arturo Damm Arnal

Capitalismo de compadres (1/2)

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El capitalismo de compadres, sueño de todo empresario (¿existirá la excepción que confirme la regla?) e intención de cualquier político (¿existirá la excepción que confirme la regla?), es el contubernio entre el poder económico de los empresarios y el poder político de los gobernantes, por la cual el poder político le otorga privilegios al poder económico, que limitan o eliminan la competencia, y por la cual el poder económico, como agradecimiento, le otorga la incondicional política al gobernante.

Se forma, por ellos, entre ellos y con ellos, la cúpula del poder, que es poder político y poder económico, con una permanencia más larga de los empresarios, que pueden formar fácilmente dinastías empresariales, que de los políticos, quienes no forman dinastías políticas tan fácilmente, sobre todo en democracias con sufragio efectivo y no reelección (siendo más importante el sufragio efectivo que la no reelección, todo un tema para analizar y discutir).

Ese contubernio entre los poderes político y económico puede darse de muchas formas, pero el fin que busca el empresario es la reducción o eliminación de la competencia, para lo cual el gobernante puede, por ejemplo, limitar o prohibir las importaciones que le compiten a su empresa, lo cual le permitirá cobrar un mayor precio (ceteris paribus, a menor oferta mayor precio), en perjuicio de los consumidores, y obtener mayores ganancias (dicho sea de paso: la justificación ética de las ganancias del empresario es que las haya hecho en un mercado lo más competido posible, cosa que con el capitalismo de compadres resulta imposible).

Por su parte, lo que busca el gobernante que otorga los privilegios es, en primer lugar, la incondicionalidad política del empresario malamente beneficiado por el privilegio otorgado, incondicionalidad política que fácilmente degenera en complicidad política, y, en segundo término, su ayuda pecuniaria, que a ningún político, le cae mal.

El primer fondo del asunto es la conveniencia, para cualquier empresario, y por ello la intención de todo empresario, de tener el monopolio de lo que produce y ofrece, monopolio que se justifica si lo consigue limpiamente, sin ninguna ayuda del gobierno, a golpe de productividad (capacidad para reducir costos de producción), y competitividad (capacidad para, en términos de precio, calidad y servicio, hacerlo mejor que sus competidores), convirtiéndose limpiamente en la mejor opción para los consumidores.

El segundo fondo del asunto es la conveniencia, para cualquier político, y por lo tanto la intención de todo gobernante, de contar con la incondicionalidad/complicidad de los “hombres del dinero”, cuyo poder económico puede convertirse en eficaz contrapeso de su poder político, posibilidad que, si no se elimina del todo, sí se limita por medio del capitalismo de compadres, lo cual puede darse en detrimento del Estado de Derecho. (¿Pasará en México?)

El capitalismo de compadres viene en muchas presentaciones, y puede darse, ¡cómo se da!, si la empresa es proveedora del gobierno, y no hay gobierno que no necesite de la proveeduría de las empresas, campo fértil para el capitalismo de compadres, como veremos mañana. Continuará.