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Mover el trasero: reforma necesaria

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

A hora AMLO puso a miles a leer El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Recomienda la novela insistentemente. Tal vez piense que México tiene dormida su tercera raíz, la africana (algunas novelas de Gabo son verdaderos cantos afrocaribeños, según él mismo las describe). 

Algo monstruoso tiene la cultura actual en México, como ese desfile tieso del día de muertos que se inspiró de una película de James Bond y que atrae (embauca) a miles de turistas. Vale más el corrido tumbado, con todo y sus afinidades criminales; vale más, sin valer tanto, que los carros alegóricos comerciales, que los museos comerciales, que las Fridas comerciales, que los conciertos de música comercial en el Zócalo. No es sólo que apeste el dinero en esos eventos, arquitecturas y logos, es que las bocinas gigantes acallan a los verdaderos músicos (los que quedan). Es que la multitud no puede danzar en ese carnaval sin samba que es el desfile del día de muertos. Lo más rescatable del performance del “Day of the Dead” en Mexico City son esos ingeniosos productos que los más pobres se inventan para comer: tarántulas hiperrealistas hechas con semillas espinosas, maquillajes sofisticados inspirados en José Guadalupe Posada o en Hollywood, trenzas a la Frida.

Los carnavales en Brasil no surgieron de la brillante cabeza de un mercadólogo, como estrategia de “marketing urbano” para atraer turistas. Los blancos querían imitar los carnavales europeos, el de Niza en particular, con sus evocaciones de la Grecia antigua, de Luis XVI, del Renacimiento italiano. Pero en las calles emergió un torrente antiguo cuya fuente subterránea estaba también al otro lado del océano, en las festividades religiosas (afoxés) de África occidental, en Benín y en Angola. “Afoxé significa encantamiento” explica Jorge Amado en su libro Tienda de los milagros:

“Llegó otro carnaval, e iban ya cinco años en los cuales se entonaban públicamente los cantos de negros y mulatos, hasta entonces limitados al secreto de las macumbas… Y el samba, en la calle, pasó a ser de todos. Gustaban tanto los cantos de los negros, el samba-de-roda, la danza, el batuque, el sortilegio de los afoxés… ¿qué otro remedio quedaba sino prohibirlos? Las gazetas protestaban por ‘el modo en que se africanizó entre nosotros la fiesta del Carnaval, esa gran fiesta de la civilización’.”

Es un buen augurio de lo que podría pasar en la capital mexicana. La apropiación de la nueva y famosa fiesta grande de los muertos, paralela a las pequeñas celebraciones privadas con altares. Quizá una distopía que nos advierta lúdicamente del colapso de la civilización por la crisis ambiental. Con danzas mexicas y zombis, en un inframundo mitad Mictán, mitad año 2050.

Pero así como las escuelas de samba preparan, en Brasil, varias horas por semana el gran momento del Carnaval, los mexicanos tendríamos que recordar que somos más que cerebros conectados a una pantalla y a una bolsa de Doritos. Por eso escribo esto, meses antes de noviembre.