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Después de la tómbola

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Por años, los villanos para los políticos populistas fueron economistas ortodoxos, economistas neoliberales. Ahora son abogados o, como decimos rimbombantemente, juristas.

El mundillo del derecho, en el que algunos discutían que un tal Luigi Ferrajoli se oponía a otro señor de nombre Robert Alexy, ahora ha llegado a las redes sociales y a los videos de TikTok. Pero sin suficiente profundidad, todavía.

Los ciudadanos más perezosos creen que la discusión se reduce a derecha e izquierda. Apellidos como Piña, Laynez, Ferrajoli y Gargarella estarían del lado derecho y, a la izquierda, Batres, Gutiérrez, Pisarello, Andrade.

Esa burda simplificación es, más que democratización del debate, imbecilización del mismo. “Analfabetismo institucional”, dijo Ferrajoli. Porque sí hay grandes posturas opuestas, pero no pueden reducirse al posicionamiento frente a la igualdad material que caracteriza al contraste izquierda/derecha.

Que un juez sea un técnico alejado de la política partidista o que sea un representante del pueblo que ganó una elección, es un debate distinto al que nos divide cuando hablamos de programas sociales, derecho al aborto o militarización de la seguridad pública. Estos temas definen mejor a la izquierda y a la derecha.

La idea del juez como representante popular está ligada a la concepción del derecho como un conjunto de normas que reflejan una cierta tradición política. Libertaria o republicanista. Nacionalista o cosmopolita. Por eso, el abanico es más amplio que el de “jueces de derecha” frente a “jueces de izquierda”.

La opinión de que los jueces deben ser técnicos alejados de la política partidista (abierta o simulada) parte de constatar que hay una diferencia entre las ideologías y su expresión en las leyes. Por eso, Ferrajoli habla de una legitimidad diferente a la de las urnas, que se relaciona con ser fiel a la formulación de la ley.

Esta discusión es tan vieja como el libro 1 de La República de Platón. Ahí tenemos a Trasímaco afirmando que la ley es la voluntad del más fuerte y Sócrates le hace ver que, a veces, la voluntad del más fuerte, expresada ayer en la ley, se opone a la voluntad del más fuerte, expresada hoy en un discurso político. El arconte (gobernante) dice ayer “abolidos los fueros”, pero ordena, hoy, que un amigo suyo está protegido por fuero. ¿Ambas órdenes son derecho? Sólo la primera.

Si Ferrajoli señala que necesitamos jueces fieles a la ley es porque, si fueran leales a un grupo político, no existiría la ley, sólo habría la voluntad contradictoria del más fuerte. Ayer contra hoy.

¡Necesitamos jueces independientes del poder!

Cierto, los defensores de la reforma judicial están bien acompañados cuando, dice Ronald Dworkin, se debe interpretar el derecho a la luz de la filosofía política de un país: ¿liberalismo?, ¿humanismo mexicano? Y sí, hay jueces progresistas y conservadores. Pero necesariamente necesitamos jueces independientes que puedan distinguir la voluntad de la mayoría expresada ayer en la ley y la voluntad de la mayoría, expresada hoy, oportunistamente, en el discurso político. Es eso, o el imperio de la arbitrariedad.