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Carlos Olivares Baró

Montaigne, María Zambrano y Novalis

LAS CLAVES

Carlos Olivares Baró
Por:

Tres libros me acompañan en estos días que se dilatan en los insomnios: Claros del Bosque, de la española María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1989); Himnos a la noche, del alemán Novalis (1772-1801); y Páginas inmortales, del francés Michel Montaigne (Castillo de Montaigne, Burdeos, 1533-1592), selección y prólogo de André Gide (Paris, 1869-1951). “El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda”, nos dice la Premio Cervantes 1988. / “El vicio deja, como una úlcera en la carne, un arrepentimiento en el alma, que siempre se rasguña y se ensangrenta solo”, suscribe el autor de Ensayos.

Me sumerjo por las mañanas y en las tardes en los pliegos de la autora de El hombre y lo divino; en la noche me acompañan Montaigne y Novalis. Leo para sucumbir en la sincronización de armonías dispensadas por Dios. Leo en el cumplimiento, en la identificación que se da en el agonizar o el algo equivalente: “allí donde la muerte no es acabamiento sino comienzo” (Zambrano). Leo en un empeño donde el transcurrir del tiempo es musicalidad de sílabas en perenne conciliación con espacios insondables.

La noche: “¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama, por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve, a la que todo alegra, la luz —con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia, cuando ella es el alba que despunta? Como el más profundo aliento de la vida la respira el mundo gigantesco de los astros, que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules— la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo” (Novalis): la noche en su cimbrado sin moderación y el insomnio que irrumpe en los presagios de ojos infinitos.

La noche y los sigilosos heraldos de perpetuos enigmas. La noche en su revelación de fidelidades. Visión como una llama enclavada en lo viviente, en una geometría visible y en un vacío de irrealidad: pulsación abismal que va surcando con aleteo el silencio y el estremecimiento del susurro del boscaje. “Todo movimiento nos descubre” (Montaigne). Todo acontecer nos aquieta. Voy por la noche como quien va por los entresijos de una sospecha indecible.

Imponente cosmos que me abrasa. Huerta de bruma posada en el ocaso: dibujo de un éxtasis de paisajes remotos, de anhelos que las sombras ocultan. Y la noche esbozando un horizonte de desnudas ráfagas. Sabemos que el canto de la gaviota entrecruza su verticalidad con las reverberaciones del agua curva que se aposenta en la memoria de la lejanía. Animales extravagantes entran al sendero de mi sueño: escapo y busco la palabra del bosque que son aleteos quejosos: signos que rondan todo los conjuros.

Zambrano: “Es en el transcurrir del tiempo, más que en su simple pasar, más que en sus pasos, donde se muestra y hace sentir, donde Cronos da de sí. Y lo que da de sí se ofrece sin máscara en la música y antes que en ella, en la musicalidad, que es su lugar, como la espacialidad lo es de los cuerpos, y la visibilidad de las presencias, y el alma de todo lo que alienta”. / Montaigne: “La belleza es un elemento de gran estima en las relaciones entre los hombres; es el primer medio de conciliación de los unos con los otros, y no hay hombre tan bárbaro y huraño que no se sienta en absoluto conmovido por su dulzura”. / Novalis: “¿Tiene que volver siempre la mañana? ¿No acabará jamás el poder de la tierra? Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega. ¿No va a arder jamás para siempre la victima secreta del Amor? Los días de la Luz están contados; pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche”.

Claros del bosque
Claros del bosque
  • Autor: María Zambrano
  • Género: Ensayo
  • Editorial: Seix Barral