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Carlos Olivares Baró

Silabario Informal (Parte II)

LAS CLAVES

Carlos Olivares Baró
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Presento la segunda parte de un silabario que rinde tributo a autores determinantes en mi formación y asimismo, en mi pasión por la palabra. En la semana, volví a Juan Rulfo y reaparecí en las madejas de Rilke. Clara Janés me esperaba en el dique de sus ensueños. Y en los vislumbres de la tarde siempre Enriqueta Ochoa: Retorno de Electra configuró algunas estadías por coordenadas que lavan el alma (“mi aquella / lavandera del alma”, diría César Vallejo en su Trilce que “Penetra en la maria ecuménica”). Muestro las cifras de un alfabeto caprichoso que acaso sólo leerán los tres o cuatro leales de estas Claves.

J de Janes, Clara. Movimientos insomnes, una antología que recoge versos (1964-2014) de esta poeta de Barcelona bruñida en la seda negra de sus labios encarnados en mariposas. Irrumpe la soledad de la noche y me acuesto al lado de Clara, la acaricio furtivamente: sonríen sus ojos en la “corola de fuego” de una sigilosa racha salpicada en su vientre de mujer muda que lo dice todo en los murmullos.

J de Juarroz, Roberto. Lo escribí en mi testamento sin sello ni testigo notarial: quiero que me incineren con los libros de Juarroz en mi costado. Mis hijas lo saben y también sabe de mi decisión el poeta Raúl Ortega Alfonso. Hace unos días se lo dije a mi única amiga, Irene García. “El corazón es una larga enmienda / de un texto que nadie conoce, / cuyo sentido la semántica ignora / y cuyos signos nadie ha codificado”.

Q de Quignard, Pascal. Soy lector incondicional de este escritor, autor de esa obra maestra que se titula Las sombras errantes. Con él supe que “el pasado es una parte de nuestra vida que está como consagrada”. Especulaciones de Quignard que son espasmo, no temblores ni tampoco sacudidas: textos plagados de músicas, de ritos, de pausas, de recordaciones y sumarios de ardores que acechan los silencios. Leo a Quignard bajo las coordenadas de un ritual de impulsiva expiación. “El libro es un pedazo de silencio en las manos del lector. Quien escribe calla. Quien lee no rompe el silencio”.

V de Vigan de, Delphine. Lloro mientras escucho el piano de Glenn Gould y leo Las ingratitudes, de Delphine de Vigan. Dos voces en diálogo con la memoria: pasado, verbo, vejez, agradecimiento y misericordia. De Vigan nos sumerge en pasiones íntimas para que reconozcamos nuestros adeudos con el decoro. Relato de una cordialidad que nos arropa de ese humanismo extraviado en nuestros días. Lloro. Gould sigue con Bach.

R de Rulfo, Juan. “Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía tiempo que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arria del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que tendría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se quedó quieto” (La Cuesta de las Comadres). Recuerdo en una clase en la Universidad de La Habana, mi grito y el salto que di en medio del aula cuando estábamos leyendo eso de “Bramó como sólo Dios sabe cómo” (Es que somos muy pobres). Leer a Rulfo con los temblores del cuerpo con el mismo derecho “del pataleo que tienen los ahorcados”.

El llano en llamas
El llano en llamas
  • Autor: Juan Rulfo
  • Género: Cuento
  • Editorial: RM & Fundación Rulfo