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Carlos Urdiales

Debatir o no debatir, dilema y estrategia

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

A través de nuestro democrático laberinto electoral, llegamos al periodo denominado “intercampañas”. Otra simulación legaloide que pone pausa a precampañas antes de llegar a las campañas-campañas.

Mismas en que llevamos meses bombardeados con carteleras, pendones, bardas, machacados por radio y televisión. Cientos de millones de pesos huérfanos de fiscalización. Cientos de millones de pesos debajo de la mesa, patrocinios de carambola, espectaculares con revistas imaginarias y políticos en sus (in)trascendentes portadas.

Es la norma que nos dimos en sucesivas reformas electorales que, revancha en mano, creían conquistar equidad con gratuidad para la difusión de ideas y propuestas.

Los que hoy gobiernan forjaron estos grilletes que cada mañana se burlan evocando la sagrada “libertad de expresión”.

Llegamos a la veda, que no será. El Presidente López Obrador inició su campaña como líder de Morena socializando el paquete de reformas que enviará al Congreso.

Salarios mínimos, pensiones al cien por ciento y la desaparición de órganos autónomos condenados por su gestación neoliberal, son banderas de campaña, no de Gobierno.

Con ésas y otros espejismos 4T, la campaña oficialista vivirá durante el supuesto ayuno propagandístico.

Cuando el 1 de marzo continuemos con la propalación de la diestra, la siniestra y el fosfo-fosfo 2.0 de sus visiones y propuestas en políticas públicas de visión transexenal —o no—, una vez más —o no—, veremos cómo lo menos estratégico de nuestras campañas electorales es debatir.

No habrá discusión permanente ni ciudadana sobre proyectos de nación. Tampoco esos momentos mediáticos puntuales y rigurosos en donde candidatas y abanderado naranja mostrarán su madera.

Para quienes lideran encuestas y estructuras territoriales con capacidad para movilizar a millones de electores por activas y pasivas, los debates son momentos indeseables e improductivos. Las confrontaciones frente al país no construyen opinión, más bien la ratifican, cada filia y cada fobia se nutre de lo que asumen, ocurrió la noche anterior en cadena nacional.

El post debate, la narrativa a modo, porra y matraca a todo para perifonear virtudes del suyo y carencias de los otros. Los debates no cambian encuestas, no mudan preferencias más allá de lo marginal, las cargadas institucionales permanecen intactas.

Acaso en 1994 Diego Fernández de Cevallos, entonces candidato del PAN, sorprendió como tribuno de excepción. México asustado volteó a ver al improbable. Pero ganó Zedillo, el relevo del difunto Colosio.

En 2006, la soberbia ausencia de AMLO en el debate con Calderón expuso esta premisa básica que minusvalora un ejercicio, en teoría estelar, “si voy tan arriba, para qué le doy escaparate al retador”. Así fue y así le fue.

Lo memorable de los debates han sido un escote y un bronco talibán verdugo de manos ladronas.

Por eso, la candidata puntera no debatirá más allá de lo obligatorio. Y por eso, los perseguidores retarán sin éxito, mañana, tarde y noche. El debate ausente es protagonista.