a

Carlos Urdiales

Ebrard como Camacho

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Derroteros paralelos, biografías cruzadas. Marcelo Ebrard y Manuel Camacho atravesaron desiertos y pantanos juntos.

Ebrard repite la historia de un salto político al vacío complejo, definitorio y tan íntimo que sólo quien está frente al espejo comprende.

Manuel Camacho Solís acompañó a Carlos Salinas de Gortari en la construcción de su épica; tecnócratas, toficos al asalto del poder contra una nomenklatura priista a la que Salinas acusó por el asesinato de Colosio.

Camacho fue regente del Distrito Federal con protagonismo nacional. Bombero del neoliberalismo, eficaz y discreto tejedor de acuerdos en un sexenio profundamente transformador.

En el gobierno de Salinas, en México se rompieron paradigmas y alteraron estructuras del poder político y económico.

Para suceder al líder del neoliberalismo mexicano, Manuel Camacho destacaba por cercanía, influencia y dotes políticos para ser la continuidad del proyecto con un sello propio.

Pero quien mandaba no lo vio así. Su proyecto se llamó Luis Donaldo Colosio. A él articuló con ciencia y paciencia el inquilino de Los Pinos. Lo hizo dueño del partido y después lo puso a administrar programas sociales y finalmente lo designó heredero.

Camacho se rebeló, consideró que el método no honraba aquella modernización política que juntos desarrollaron. No abrazó a Colosio, hizo berrinche. El presidente lo conminó a disciplinarse, a no ser factor de división, ser compañero.

Camacho deseaba ser reconsiderado, la insurrección en Chiapas cambiaba todo y eso podría alcanzar a la candidatura priista. Aunque eso no hubiera, ni ha ocurrido, jamás. La decisión del presidente se acata.

La del pueblo igual. Ni Camacho ni Ebrard desafiaron con éxito semejante decisión. El bastón de mando no va para los hermanos de lucha, la herencia es para quienes vienen de uno.

Marcelo Ebrard, bombero de la 4T, político, estadista, canciller, carnal presidencial que en 1999 se ofrendó para que López Obrador llegara al Antiguo Palacio del Ayuntamiento.

Bajarse de aquella candidatura le redituó. Luego de ser destituido como jefe de la Policía por el linchamiento en Tláhuac, volvió por designio de su líder para sanarlo y hacerlo sucesor. Ésa se la cobró.

En 2012 Ebrard estaba mejor posicionado en la encuesta —siempre una encuesta—, pero AMLO lo hizo a un lado. Ésa fue la primera. Ayer la segunda y última.

Otra vez, un auto-percibido mejor perfil, sucumbe ante la favorita presidencial.

Ganadora por disciplina, lealtad y temple. Sheinbaum leyó bien los tiempos. Se trató de no brillar, cumplir con la tradición; un Sol, un astro, no más.

En síntesis, heredar poder, silla, bastón o liderazgo que emana del pueblo, pero aterriza en partidos, movimientos, sindicatos y colectivos sociales del tipo que haga falta, nos regala cada seis años la oportunidad de ver, contar, recordar y honrar —ni modo—, el costumbrismo político mexicano tricolor, azul o guinda.

Los escenarios del excanciller: Con Xóchitl nunca. MC no lo necesita. Como independiente. O como recuerdo.