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El PRI soy yo

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

¿Cómo el partido político más trascendente que México ha conocido, fue capaz de diluirse hasta ser anécdota y picaresca en sólo un sexenio?

El PRI (desde otras siglas y prólogos) institucionalizó la Revolución, sometió al imperio de la política a caudillos, transformó levantamientos en sectores y moduló cacicazgos regionales en bastiones al servicio del presidente en turno.

Organización que aglutinó a prácticamente todo el país y nos llevó de luchas intestinas al desarrollo estabilizador, sorteando la Guerra Fría en un mundo polarizado entre capitalistas y comunistas.

Cuando el PRI perdió la Silla del Águila en el 2000, varios predijeron su fin, pero sólo dos sexenios después volvieron con Enrique Peña Nieto y una generación borracha de poder, con AMLO en la lona histórica tras dos intentos fallidos y sumando otra derrota y la enésima acusación de fraude.

La frivolidad, y sobre todo la corrupción, de esos priistas reflotaron a López Obrador poniéndolo en línea de asalto al poder. Así fue. Hoy Morena abreva mucho de aquel priismo de los 60, 70 y parte de los 80.

Su verticalidad, entender el presidencialismo como simbiosis entre partido y poder. La cultura de la disciplina, paciencia y recompensa, conformación de grupos y cuotas. Morena es el nuevo viejo PRI.

El original PRI, el del campechano —de Campeche— Alejandro Moreno Cárdenas y sus secuaces, nos brinda un último patético espectáculo.

Las ruinas del partido son un apetecible negocio para quienes se agandallan prerrogativas, membrete y la potestad para dar y repartir cargos, aunque sean menores en apariencia.

La costumbre del poder en México nos inculcó que no hay encargo malo para transar con lo que hay, licencias, permisos, obras y otros botines. El PRI como bisagra en el Congreso tampoco es componenda menor.

Eso reclama para sí Alito, encabezar la última andanada intestina para dejar, al otrora partidazo, sin hueso y en los huesos. Ser voz cantante para jugar a la democracia cercana o distante —según se requiera— con Morena, apoyar resistiendo si eso le funciona al partido en el poder, todo un opositor servicial, bien portado y mejor pagado.

La resistencia interna a Alito en el tricolor apuesta a factores externos, el INE, uno de ellos, en tanto que debe validar los cambios en los estatutos cuando el proceso electoral formalmente no ha terminado. Por ahí alguna falta más a normas internas y ya.

Exdirigentes, exgobernadores o antiguos candidatos, se forman para renunciar o claudicar en una defensa que, por lo demás, al parecer sólo a ellas y ellos importa.

El PRI, encarnado en su vociferante capataz, camina a paso seguro hacia la nada.