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Gabriel Morales Sod

Biden recalibra la relación con Israel

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El movimiento en defensa de la democracia en Israel es digno de aplaudir. Por medio año ya, semana con semana, y a veces múltiples veces en una sola semana, cientos de miles de israelíes han salido a las calles para tratar de detener el cambio de régimen que planea la coalición ultraderechista de Netanyahu. Se calcula que más de dos millones de israelíes —el equivalente como porcentaje de la población a 30 millones de mexicanos— han sido parte del movimiento social más importante de la historia en el país.

A diferencia de lo que sucedió en Hungría y Polonia, donde las fuerzas prodemocráticas perdieron momento, permitiendo un cambio de régimen que ahora parece irreversible, el pueblo israelí ha resistido hasta ahora. Sin embargo, ni siquiera la caída de las bolsas; la desinversión de más del 70 por ciento en el sector de alta tecnología; las advertencias del banco central y las calificadoras; la caída del shekel; las protestas de reservistas del ejército; y los miles de manifestantes que esta semana han salido a las calles, han podido parar a Netanyahu y su coalición, que planea aprobar en las próximas dos semanas la primera de sus “reformas”, que acabará con la facultad de la Suprema corte de supervisar decisiones del gobierno.

La esperanza de las manifestaciones hace un par de meses se ha convertido en enojo. Los enfrentamientos con la policía, que ha utilizado técnicas mucho más agresivas para dispersar las manifestaciones (un manifestante perdió un ojo la semana pasada después de que la policía disparó agua directamente a su cara) se han incrementado. Parece ser que sólo dos actores tienen aún la capacidad de poner un alto al régimen: el Sindicato Nacional de Trabajadores y el mayor aliado de Israel, Estados Unidos.

Aunque la presión es alta, el sindicato aún no da indicios de que llamará a una huelga general. En cambio, el presidente Biden, en una serie de declaraciones poco convencionales, ha subido el tono, diciendo públicamente que el actual gobierno de Israel “es el más extremo de su historia” y llamando a la coalición a parar el cambio de régimen y sentarse a la mesa de negociaciones. Si esto es lo que dice el presidente públicamente, el mensaje en privado es sin lugar a dudas mucho más fuerte. El martes, Thomas Friedman, uno de los periodistas más influyentes del New York Times, escribió una fuerte condena al gobierno israelí prediciendo un cambio profundo en las relaciones entre los dos aliados. En respuesta a las declaraciones de Biden, relata Friedman en su artículo, Ben Gvir, colono ultraderechista y ministro de Seguridad Interior, escribió en su Twitter: “El Presidente Biden se tiene que dar cuenta de que no somos una estrella más en la bandera americana.” Netanyahu ha caído en las manos de un grupo de extremistas y supremacistas judíos, permitiéndoles poner en peligro la alianza más importante del país. Si Israel deja de pertenecer al grupo de las naciones democráticas esto implicará sin duda una revaluación de las relaciones con Washington y, en el mediano plazo, podrá incluso cambiar la naturaleza de las relaciones de seguridad entre ambos países. Biden sabe, como escribió Friedman, que la comunidad judía estadounidense y la mayoría de los israelíes se oponen al cambio de régimen y, por lo tanto, se ha tomado la libertad de criticar al gobierno en público.

Sólo un conjunto de protestas masivas, una huelga general, la abstención masiva de reservistas y la presión máxima de Washington podrán detener a Netanyahu. En ausencia de cualquiera de estos cuatro factores, las posibilidades de victoria parecen pocas. No obstante, después de veintiocho semanas de protestas, si algo ha quedado claro es que los demócratas israelíes no piensan desertar del campo de batalla.