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Gabriel Morales Sod

El nuevo Medio Oriente

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
Por:

En un momento histórico sin lugar a dudas, Israel y los Emiratos Árabes Unidos anunciaron la semana pasada el inicio de un proceso de normalización de relaciones. A pesar de que ambos países tenían ya de facto relaciones, una especie de secreto a voces, el anuncio público de la normalización significa un hito en la historia de la región. Este acuerdo no es sino el inicio de una ola de normalizaciones que incluirá, en un primer paso, a Sudán, Bahrein y Omán, con el acuerdo tácito de Arabia Saudita y Egipto.

En la última década, los países del Golfo se han acercado a Israel por dos principales motivos: la oposición al régimen iraní y la cooperación económica y tecnológica. La oposición histórica del mundo árabe a Israel se ha transformado lentamente en una alianza incómoda con base en temas de seguridad. La primera expresión del cambio fue el tratado de paz con Egipto en 1979 y, posteriormente, con Jordania en 1994. El obstáculo restante para formalizar una nueva alianza con el resto del mundo árabe (con excepción de Siria y Líbano) fue por casi dos décadas el conflicto entre Israel y Palestina. Sin embargo, después de la negativa palestina de firmar la paz en dos ocasiones, con la profundización de la ocupación –que muchos ven ahora como irreversible– y con el ascenso de Irán y su expansión militar en la región asediando a los regímenes del golfo, el conflicto palestino pasó a un segundo plano.

Ansiosos de aumentar la cooperación en seguridad, los Emiratos esperaban una buena oportunidad para buscar la paz con Israel sin enojar a la opinión pública que, algunos suponen, aunque sin datos, aún se encuentra a favor de los palestinos. La presidencia de Trump le proveyó a los Emiratos su deseado chance. Si bien antes de Trump los países del golfo esperaban la reanudación de las negociaciones de paz con los palestinos como pretexto necesario para normalizar relaciones, los Emiratos, en un ambiente ciertamente diferente, vieron en la anexión israelí de los territorios palestinos una nueva oportunidad.

Aunque sin duda la normalización desempeñó un papel en el cambio de la política de Netanyahu, en realidad el freno a la anexión vino, internamente, de Benny Gantz, el supuesto futuro primer ministro de Israel, quien dejó claro al Gobierno estadounidense su oposición a la anexión unilateral; y, más significativamente, del presidente Trump, quien asediado por todos los frentes y de cara a la elección de noviembre, no quiso tomar el riesgo de dar la luz verde a lo que pudo haber sido el inicio de un conflicto internacional.

La normalización fue lo que se conoce en inglés como un win-win-win. Netanyahu trató así de detener la ola de manifestaciones en su contra que recorre el país; Trump la vendió como una victoria diplomática, en momentos en que necesita urgentemente de victorias; y los Emiratos consiguieron esta importante alianza, justificándola con el subterfugio de haber detenido la anexión israelí. El único perdedor es, por supuesto, el pueblo palestino. Aunque es verdad que la anexión pareció real en algunos momentos y detenerla, por lo menos hasta la elección estadounidense, es una victoria de corto plazo, la normalización de las relaciones implica un cambio de paradigma en el Medio Oriente. La rivalidad con Irán, y no el conflicto palestino, es el eje de división más importante en la región. Sin el apoyo del mundo árabe los palestinos se encuentran ahora más aislados que nunca.