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Gabriel Morales Sod

Lo que pasa en Israel nos debe importar a todos

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El resultado de la batalla entre el gobierno israelí, que pretende abatir la democracia en el país, y los millones de ciudadanos que han salido por más de seis meses a defenderla, nos debe concernir a todos.

Sin lugar a dudas lo que ocurre en Israel tendrá repercusiones profundas para el futuro de la región y pone en peligro la seguridad en Medio Oriente. Sin embargo, las consecuencias de lo que suceda en este pequeño país podrán ser profundas para todas las democracias occidentales.

Por décadas, y en particular después de la caída de la Unión Soviética, había no sólo entre académicos, sino entre el público en general, un consenso sobre lo que define a un país como una democracia. A diferencia de la definición clásica de democracia (el gobierno de las mayorías), las democracias, hoy en día, tienen tres elementos esenciales. En primer lugar, una serie de derechos y libertades para proteger, entre otras cosas, el flujo de información y la libertad de voto, es decir, el derecho a expresarse, a manifestarse y a elecciones limpias; en segundo lugar, un sistema de pesos y contrapesos para garantizar que ninguna rama del Estado (el Poder Judicial, Legislativo y Ejecutivo) tenga el control absoluto del poder (con algunas diferencias entre regímenes parlamentarios y presidenciales); y, en tercer lugar, una Constitución (o práctica constitucional) para proteger los derechos de las minorías.

Sin embargo, en la última década, con el ascenso del populismo europeo, apareció un concepto, supuestamente nuevo: “democracia iliberal”. Esta idea, cuyo promotor principal es Viktor Orbán en Hungría, sugiere que la victoria electoral es elemento suficiente para denominar a un régimen como democracia. Es decir, que el gobierno en turno, incluso si ganó por un pequeño margen, puede atacar los derechos de las minorías, eliminar la separación de poderes y controlar los medios de comunicación, y seguir siendo una democracia. Para quienes crecimos en el México autoritario esta fórmula nos parece muy conocida. El concepto de democracia iliberal es una falacia, un eufemismo del autoritarismo.

En Israel, el gobierno argumenta que las reformas mejorarán la democracia del país. En realidad, lo que quieren es carta blanca para, después de haber ganado las elecciones por un pequeñísimo margen, eliminar el sistema de contrapesos que no les ha permitido, por ejemplo, legalizar la ocupación de Cisjordania. Si el presidente Biden tomó la decisión de expresarse públicamente en contra de las reformas de Netanyahu, y su grupo, no es sólo porque teme que el fin de la democracia en Israel dañe las relaciones entre los dos países, o devenga en una crisis de seguridad en el área, sino porque sabe que esta lucha va mucho más allá de Israel: es una lucha por el futuro de la democracia liberal. A diferencia de lo que sucedió en Polonia y Hungría, donde sus gobiernos lograron imponerse rápidamente a la oposición en la calles, los israelíes, atentos a lo que sucedió en estos países, han dado una batalla sin precedentes para detener a Netanyahu. Los ojos del mundo están puestos en esta batalla, cuya conclusión tendrá sin duda consecuencias para el futuro de la democracia en Occidente.