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¿Con quién hablo?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Cuando uno habla por teléfono no puede ver a la persona del otro lado de la línea. Por eso es costumbre preguntar: ¿con quién hablo? En respuesta, el interlocutor se identifica, nos da su nombre y sus señas, y eso nos deja satisfechos. Hoy en día, cuando hablamos por teléfono, la pregunta ¿con quién hablo? ya no resulta la más básica, habría que preguntar antes ¿con qué hablo? para saber si lo hacemos con una Inteligencia Artificial o con un ser humano.

Lo que resulta asombroso es que podemos pasar largo rato sin saber si platicamos con un ser humano o con una Inteligencia Artificial, es más, podríamos concluir la interacción comunicativa a plena satisfacción, sin saber jamás si fue con un ser humano o con una Inteligencia Artificial con quien hablamos. No se crea que esto tiene algo que ver con no ver al interlocutor. Lo mismo sucedería si hiciéramos una videollamada. Esa hermosa señorita que vemos en la pantalla y nos responde de una manera amable, también podría ser una imagen animada construida por una Inteligencia Artificial.

Dicho en pocas palabras. Hoy en día ya no sólo no sabemos con quién hablamos, sino con qué hablamos.

Ante esta situación, hay quienes se resisten a hablar con máquinas e insisten en hablar únicamente con seres humanos. No la tienen fácil. Imaginemos lo siguiente: si alguien que hace un trámite por teléfono descubre que está hablando con una Inteligencia Artificial, podría exigir que lo transfirieran con un ser humano de carne y hueso. La máquina, obediente, lo pasaría a otra línea que le respondería: “nuestros agentes se encuentran ocupados, espere en la línea” y luego le pondrían la consabida musiquita. Después de una eternidad, el sujeto, presa de la desesperación, colgaría el teléfono. No habría manera de hablar con uno de sus congéneres.

¿Por qué insistir en hablar con un ser humano? Una Inteligencia Artificial con rostro hermoso y dulce voz puede resolver tan bien o incluso mejor que un ser humano cualquiera de nuestros problemas. Diríase, entonces, que exigir la interacción con seres humanos es un atavismo, un capricho. Después de todo, los seres humanos con frecuencia mienten, se equivocan, ignoran lo que queremos saber. La Inteligencia Artificial, en cambio, está programada para servirnos de la mejor manera, para no perder jamás la paciencia, para nunca ser grosera.

En respuesta, podría decirse que en la Inteligencia Artificial siempre hay una farsa, un engaño. Se nos da “gato por liebre”. Lo que queremos es hablar con un ser humano y lo que nos dan es una imitación, que, por perfecta que sea, no deja de ser una máquina hecha de algoritmos y de circuitos eléctricos. La nueva tecnología es capaz de reemplazar al ser humano en todas sus manifestaciones. Sin embargo, ese reemplazo nunca es absoluto, siempre es una copia vil, una sombra lúgubre.