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Guillermo Hurtado

Juárez en Nueva Orleans

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En 1972, cuando yo tenía diez años, se celebró con bombo y platillo el Año de Juárez. No hubo un rincón del país en el que no se recordara al Benemérito.

En el salón de clases nos contaron la historia del pastorcito que salió de su pueblo para ir a la ciudad de Oaxaca, aprender español, estudiar para abogado, unirse al partido liberal, llegar a la presidencia de la república y ser el líder de la resistencia en contra de la invasión francesa. En ese año se transmitió una telenovela histórica llamada El carruaje, producida por Ernesto Alonso, en la que el actor José Carlos Ruíz interpretó a Don Benito con tanta intensidad, que yo hubiera jurado que eran una y la misma persona.

Quien quiera conocer a fondo la historia del culto cívico a Juárez le recomiendo que compre el estupendo libro de Rebeca Villalobos El culto a Juárez. La construcción retórica del héroe (1872-1976), México, Editorial Grano de Sal, 2020.

Todo esto viene a cuento porque el fin de semana disfruté la lectura de la novela de Yuri Herrera Estación del pantano (México, Periférica, 2022) en la que se hace una narración imaginaria de la vida de Juárez en Nueva Orleans. De ese exilio en la Luisiana, que duró 18 meses, de 1853 a 1855, sabemos poco: que él coincidió ahí con los políticos liberales José María Mata, Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga, que se vinculó con otros exiliados cubanos, como Pedro Santacilia, quien luego sería su yerno, que su esposa Margarita le enviaba algo de dinerito, que se ganó la vida enrollando tabaco en una fábrica de puros y que cuando estalló la revolución de Ayutla decidió volver al país, como el resto de sus compañeros, para integrarse a la lucha contra Santa Anna. Más de eso muy poco se conoce. Herrera llena ese hueco con una historia imaginaria que resulta entrañable sin que en ningún momento se torne melodramática.

En el libro de Yuri Herrera, Juárez llega a Nueva Orleans como quien entra en un laberinto: camina por sus calles enfangadas para descubrir el crisol de culturas y de razas que convivían en ellas. Escucha los sonidos de varios idiomas, el inglés, el francés, el creole, prueba la comida única de la región y disfruta de la música tan peculiar que se tocaba en los salones y en las calles. Pero en la novela de Herrera el descubrimiento que más sacude a Juárez es de orden moral: el de los horrores de la esclavitud. Juárez se identifica con los negros que buscan su libertad y, de manera discreta, sin aspavientos, hace suya su resistencia en contra de un régimen inhumano. El Juárez de Herrera no es un héroe majestuoso, no es un superhombre, es un hombre como cualquiera de nosotros, a veces apasionado, a veces indignado, con quien podemos sentirnos identificados.