a

Guillermo Hurtado

El mar en llamas

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Por:

Todos vimos la imagen: un círculo de fuego a la mitad del océano. ¿Es posible que el mar arda?

En el siglo V a.C., Empédocles afirmaba que todo lo que existe está compuesto por cuatro elementos primordiales: agua, tierra, aire y fuego. Las leyes que rigen estos elementos son inmutables; es inconcebible que dejen de operar, a menos que nos precipitemos en el caos. Una de esas leyes es que el agua no se incendia. La fotografía del Golfo de México ardiendo nos perturba porque parece algo imposible.

No hay misterio. Sabemos por qué hubo llamas a un lado de una plataforma petrolera de Pemex: una gigantesca fuga submarina de gas se incendió y provocó el incidente reportado por todas las agencias de noticias. No es la explicación técnica la que me interesa aquí. Tampoco las lamentables consecuencias para la ecología. Lo que no ha dejado de dar vueltas en mi cabeza es la connotación casi apocalíptica del mar en llamas.

El pensamiento antiguo le daba mucha importancia a los sucesos de la naturaleza que le resultaban inexplicables. Si el universo es como una maquinaria que se mueve de acuerdo con ciertas leyes, cualquier acontecimiento que saliera de esos principios —se pensaba en aquel entonces— tendría que estar causado por una fuerza superior que nos envía un mensaje por medio de ese prodigio. Los cometas, los monstruos, los milagros son señales divinas; casi siempre, presagios de sucesos por venir que cambiarán el destino de los pueblos o incluso de la humanidad entera. Esta manera de pensar está profundamente enclavada dentro de nuestra civilización judeocristiana.

La concepción científica del universo rechaza la mitología de los presagios divinos. Nada hay que suceda en el mundo, se nos diría, que no tenga una explicación puramente racional. Una consecuencia de esta cosmovisión es que los sucesos no son parte de una narrativa cósmica que pueda ser descifrada por los seres humanos. Todo lo que pasa es una realidad autónoma, no tiene conexiones misteriosas con nada más, no tiene una significación más allá de sí misma.

No sé si los mexicanos hemos adoptado plenamente esa concepción científica del mundo o simplemente nos hemos vuelto insensibles a las calamidades que suceden en nuestro alrededor, cada vez con mayor frecuencia. ¿Se da cuenta usted, estimado lector, que se nos ha quemado el mar y que nosotros seguimos como si nada? ¿Qué más tiene que suceder para que despertemos de nuestro sopor embrutecido?

No es asunto de buscar cábalas, sino de sumar uno más uno. ¿Qué tiene que ver el incendio de la fuga de gas en el mar con otros acontecimientos recientes? ¿Qué tiene que ver con los demás problemas políticos, económicos y sociales de México? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Así respondería el científico. Y, sin embargo, tiene todo que ver, porque lo que éstas y otras desgracias nos enseñan es que México se consume, que México se extingue, que México se hunde. El socavón que apareció en Puebla hace unas semanas es otra metáfora de la triste realidad nacional.

El discurso público de la llamada Cuarta Transformación está repleto de fórmulas demagógicas, pero hay algo en dicha narración que tiene mucha verdad, aunque no sea una verdad comprobable ni medible: México requiere una regeneración, una regeneración moral o, quizá, mejor dicho, una redención.

En el pensamiento antiguo el fuego es símbolo de purificación. Pues bien, yo estoy convencido de que México necesita algo como un fuego nuevo. Un fuego redentor, un fuego que restaure nuestra armonía perdida. Ahora no nos basta, como hacían los aztecas, con realizar una majestuosa ceremonia. Lo que requerimos es una transformación que llegue a lo más hondo de lo que somos.

El mar en llamas es un acontecimiento natural, ya lo sabemos. Lo que yo pienso es que también puede concebirse como una advertencia de que hemos olvidado nuestro destino común, de que estamos perdidos, de que nos consumimos por dentro. En el siglo XX, la imagen rulfiana del llano en llamas sirvió para pensar acerca de las desgracias e injusticias de la Revolución mexicana. Para mí, el mar en llamas es la imagen de la decadencia actual de nuestra democracia, de la corrupción de nuestras costumbres, de la miseria de nuestro espíritu colectivo.

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.