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De perfil

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

La obra de José Agustín es extensa y variada. Aquí quisiera recordar su novela De perfil (1967), una de las más importantes de la literatura mexicana del siglo XX por su innovador tema juvenil, su creativo uso del lenguaje y su moderna técnica narrativa.

Leí De perfil cuando tenía catorce años. No exagero si digo que esa lectura me marcó. Gracias a ella descubrí que podía haber una relación entre la vida —mejor dicho, mi vida, la vida que me rodeaba— y la literatura. No me extraña que otros lectores de mi generación tuvieran esa misma experiencia. Juan Villoro ha contado en numerosas ocasiones el impacto que tuvo la lectura de José Agustín en su adolescencia. A mí me sucedió algo parecido. Cuando entré al primer año de la preparatoria, en 1977, conocí a un muchacho que pasaba todo el recreo en la biblioteca. Se llamaba Alonso García Chávez. Nos hicimos amigos de inmediato. Al poco rato de haber comenzado nuestra plática, descubrimos que los dos habíamos leído De perfil. No sólo eso. Constatamos con asombro que se nos habían quedado grabados en la memoria pasajes enteros de la novela. Ese descubrimiento nos hizo cómplices literarios de por vida. Fue así que inventamos un juego. Cualquiera de los dos recordaba alguna parte de la novela y comenzaba a repetirla. Entonces, el otro tenía que seguir con la narración para comprobar que se acordaba con el mismo detalle de lo sucedido en la trama. Este juego hizo que Alonso y yo tuviéramos una experiencia de la novela como si hubiéramos vivido los acontecimientos que se narran en ella y hubiéramos conocido a sus personajes como si fueran personas de carne y hueso.  

Cierro los ojos y me transporto al mundo de la novela que vive en mi interior. Cómo olvidar aquella fiesta en la Colonia del Valle a la que nos llevó Octavio, el muchacho aquel de Guadalajara que se sentía karateca y cantante de rock. Fui ahí donde conocimos a Queta Johnson, la hermosa cantante del grupo los Suásticos, que a mí no me hizo caso, pero que sí le hizo el favor a un amigo suertudo que vivía en la Narvarte. Pues bien, en esa fiesta estaba Don Enrique Valle Villa, dueño de la grabadora de discos Náhuatl, viejo cochino, como de cincuenta años, que andaba por ahí para ver que ligaba. Al acabar la fiesta, como a las cuatro de la mañana, nos fuimos con los músicos de los Suásticos a un sitio de mala muerte del que tuvimos que salir corriendo. Ahora recuerdo que ese amigo de la Narvarte que se ligó a Queta Johnson tenía un primo, llamado Esteban que era becario de El Colegio de México. Pues resulta que el tal Esteban cruzaba el viaducto para reunirse con un grupito de la colonia Buenos Aires. Ahí creían que él trabajaba en un supermercado, no sabían que vivía del otro lado del viaducto, que procedía de un entorno privilegiado. Un tipo raro ese Esteban. Y así podría seguir, durante un largo rato, recordando como si fuera parte de mi vida lo que se cuenta en la novela.  

De perfil describe la vida de los jóvenes de clase media de la ciudad de México de la segunda mitad de los años sesenta. Es un mundo que yo todavía alcancé a conocer, aunque fuera de refilón. Entiendo las referencias culturales, conozco los giros del lenguaje, capto las ironías. Los que formamos parte de ese mundo ya somos de la tercera edad o, como se dice ahora, chavorrucos. Me pregunto cómo será la recepción de la novela dentro de cincuenta años, cuando ninguno de los que fueron jóvenes en los años sesenta del siglo XX siga con vida. Yo he intentado que mis hijos lean De perfil, pero me he dado cuenta de que ellos no encuentran en el libro lo mismo que yo encontré y que me hizo disfrutarlo tanto. Ésa es una de las razones por las cuales la noticia de la despedida de José Agustín me ha provocado tanta tristeza y nostalgia. Con José Agustín se nos va una parte irremplazable de ese México de nuestra adolescencia, un México que ahora nos parece dulce, simpático e inocente, a pesar de que también hubiese sido amargo, oscuro y represivo.