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Guillermo Hurtado

Rubén Bonifaz Nuño: cien años

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Bonifaz Nuño es un autor que me ha acompañado a lo largo de mi vida desde distintos flancos: la poesía, la traducción, el ensayo. En cada uno de ellos lo he admirado y me cuesta trabajo pensar que ya no esté entre nosotros.

Como un pequeño homenaje privado, el pasado 12 de noviembre, día de su cumpleaños número cien, saqué del librero mi atesorado ejemplar de Calacas, publicado por El Colegio Nacional en 2003. Lo volví a leer de principio a fin y me volvió a fascinar por su ironía y su sabiduría. Aquí, como en otros de sus libros, hay una mezcla única de la tradición literaria española con la herencia grecolatina, la poesía náhuatl y la cultura popular mexicana. Una combinación que sólo Bonifaz Nuño pudo haber realizado de una manera tan original elevada y armónica.

Su libro sobre la escultura azteca en el Museo Nacional de Antropología es un largo poema en prosa que resume sus muchos años de estudio sobre la plástica prehispánica. Un libro sorprendente y admirable que me hizo ver con otros ojos la escultura azteca resguardada en ese museo-templo y que, según el autor, es la expresión más elevada del arte escultórico, muy superior a la mustia escultura de los griegos. Lo que sostiene Bonifaz Nuño es que la majestuosa escultura de la Coatliclue —que, según él, es en realidad, Tláloc— no es una representación de la divinidad, sino una pieza de piedra que logra la proeza increíble de capturar el espíritu mismo de la divinidad. Es arte, sí, de altísimo nivel, pero, además, es como magia, o, mejor dicho, es más que magia, es una epifanía.

Si tuviera que quedarme con un solo libro de Bonifaz Nuño, creo que elegiría su poemario Los demonios y los días, publicado en 1956. Desde que lo leí en la adolescencia me sigue conmoviendo como muy pocos libros de poesía lo han logrado. El narrador de los versos es un joven artista, pobre, burócrata, tímido, ilusionado, indignado, humillado, ambicioso, triste, soberbio y enamorado, que vive en la ciudad de México de mediados del siglo anterior. Ese narrador abre su corazón al lector con una honestidad asombrosa.

En ese libro están algunos de mis poemas favoritos de la lengua española. Uno de ellos habla del vano esfuerzo de una mosca por traspasar un vidrio como metáfora de cómo muchas veces somos incapaces de hallar la salida más obvia a nuestras dificultades. Otro habla de aquéllos que llegan a la fiesta ávidos de tiernas compañías, que se pusieron el menos gastado de sus dos trajes, pero no se atrevieron a entrar; de aquellos que miran, desde fuera, de noche, las casas iluminadas y a veces quisieran estar adentro, compartir con alguien mesa y cobijas y vivir con hijos dichosos; de aquéllos que pisan sus fracasos y siguen adelante.