a

Sueños felices

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Todos sabemos qué significa la palabra “pesadilla”. Sin embargo, esa palabra engloba, por lo menos, dos tipos de experiencias distintas. A veces, las pesadillas nos producen un miedo muy poderoso, por ejemplo, cuando soñamos que un asesino nos persigue. En ese caso despertamos con ganas de gritar, con taquicardia. Otras veces, nos producen una tristeza muy profunda, por ejemplo, cuando soñamos que muere un ser querido.

En ese caso, despertamos con ganas de llorar, con un dolor en el pecho. En cualquiera de sus dos modalidades, la del miedo o la tristeza, las pesadillas son experiencias traumáticas. A diferencia de los sueños normales, no las olvidamos con facilidad y, a veces, las recordamos toda la vida.

Siempre me ha intrigado que no exista un antónimo de la palabra “pesadilla”. No se puede negar que haya sueños en los que no sólo estamos tranquilos, sino que estamos muy felices, realizados, plenos; sueños hermosísimos en los que disfrutamos de una especie de paraíso. Cuando despertamos de ellos, nos sentimos bendecidos y quisiéramos no haber sido devueltos a la vigilia para seguir experimentando esa dicha. Así como a veces decimos que estamos “viviendo una pesadilla”, para describir una situación terrible por la que estamos pasando en la vigilia, decimos también que estamos “viviendo un sueño”, cuando las circunstancias son tan maravillosamente buenas como cuando tenemos uno de esos sueños felices.

Se ha propuesto que las pesadillas son manifestaciones simbólicas de lo que tememos. Por ejemplo, si soñamos que se nos caen los dientes se dice que eso simboliza nuestra ansiedad por un cambio, y que si soñamos que nos persigue un perro, que nos sentimos amenazados por alguien. Lo que se sostiene, por lo mismo, es que para entender a las pesadillas se requiere de un método hermenéutico para descifrar al inconsciente.

No siempre sucede lo mismo con los sueños felices que a veces significan exactamente lo que deseamos y, por lo mismo, no requieren de ningún análisis hermenéutico. Los sueños felices son la representación onírica de lo que deseamos en la vigilia. De esa manera, si alguien sueña que se casa con la persona de la que está perdidamente enamorada no hay que darle más vueltas al significado del sueño.

Yo tengo el sueño recurrente de que toco perfectamente el piano. Aunque en realidad yo lo toco poco y mal, mi sueño puede ser muy realista: siento las teclas recubiertas de marfil bajo las yemas de mis dedos, escucho las hermosas melodías que brotan del gran piano de concierto, me siento con un dominio pleno del instrumento y de mis facultades artísticas. Siempre que sueño lo mismo me siento enormemente feliz, como si un genio salido de una botella encantada me hubiera concedido un deseo.

Sin esos sueños felices, que recibimos como inesperados regalos nocturnos, nuestras vidas resultarían menos valiosas.