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Guillermo Hurtado

Tres normas de la responsabilidad social

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Por:

En medio de tantas diferencias, hay algo en lo que los mexicanos estamos de acuerdo: las cosas están mal, más mal que antes. La verdad simple y llana es que todos hemos fallado. La culpa es nuestra, de nadie más. Repito: es culpa nuestra, lo que quiere decir que también —aunque sea por un poquito— es suya y, por supuesto, mía. Aunque es fácil señalar como principales responsables a los políticos más conocidos, lo cierto es que los problemas de México superan con mucho el daño causado por ellos.

Los errores han sido de todo tipo. Desgraciadamente, algunos han sido muy básicos. Fallas generadas por nuestra manera de pensar, de actuar y de valorar las situaciones a las que nos enfrentamos en el día a día. En otra época, se hubiera dicho que son consecuencias de una mala educación. Y no me refiero únicamente a la educación que se da en las aulas, sino a la que se transmite en el hogar, en el trabajo, en los medios de comunicación.

A todos los mexicanos —políticos, profesionistas, comerciantes, etc.— debemos exigirles tres cosas. La primera es que actúen cuando es preciso hacerlo. La indiferencia ante los problemas no puede permitirse a quienes tienen el compromiso de resolverlos. La segunda es que hagan su deber de la mejor manera posible. Todo lo que se haga debe hacerse bien; de preferencia, de forma óptima. La tercera es que las omisiones y los errores no deben ignorarse ni ocultarse sino que, por el contrario, deben reconocerse con honestidad para que puedan corregirse.

Estos tres imperativos sociales combaten tres vicios que pueden etiquetarse con tres expresiones muy comunes en México. El primero puede describirse con la frase “¡Déjalo así!”. Esta es la actitud de no mover las cosas, de no intentar ningún cambio, de hacerse de la vista gorda. El segundo vicio es el que expresamos con la conocida expresión de “¡Ahí se va!”. Ésta es la actitud de hacer las cosas mal, de dejarlas inconclusas, de querer tapar el sol con un dedo. Por último, el tercer vicio es el que se manifiesta con la famosa exclamación de “¡Ya ni modo!”. Ésta es la actitud de conformarse con lo malo o, incluso, con lo menos malo, de no asumir una responsabilidad, de abandonar la plaza.

Como ya dije, estas tres exigencias no valen sólo para quienes ocupan cargos públicos. Valen, también, para todos y cada uno de quienes tienen compromisos ante los demás, desde los más grandes hasta las más pequeños. No son, por lo tanto, sólo reivindicaciones políticas, sino también sociales, comunitarias y, a fin de cuentas, morales. Valen para todos, pero también para cada uno. Esto significa que no podemos reprochar con ligereza a quienes no las cumplen si nosotros, por nuestra parte, no las cumplimos. En este caso, como en todo lo que tiene que ver con la moral social, hay que poner el ejemplo para que, de esa manera, tengamos autoridad para juzgar a los demás.

No puede haber sistema educativo, ni enseñanza en el plano doméstico, que no enfatice, todas las veces que sea necesario, los tres deberes sociales señalados aquí: actuar cuando haya que hacerlo, hacer las cosas requeridas de la mejor manera y no dejar las cosas inacabadas o mal hechas. México no saldrá adelante hasta que no cumplamos con estas tres normas.

Estimado lector, seguramente usted pensará que no he dicho nada que usted no sepa. Sin embargo, nunca está de más que lo recordemos: usted y yo. Repetir lo consabido, cuando es un imperativo social, nunca es inútil, porque, como sabemos, hay lecciones que deben repetirse una y otra vez para que surtan efecto y para que no se olviden. Un quehacer de quienes tenemos tareas de pedagogía y de crítica social —maestros, articulistas, intelectuales— es cumplir con esta función de manera cabal, sin excepciones ni excusas. No podemos dejar de realizar esa labor, porque cualquiera que sea testigo de la realidad mexicana, se dará cuenta de que estamos lejos, muy lejos, de cumplir con las tres normas antes expuestas. Si queremos que México cambie para bien, tenemos que exigirles a todos los ciudadanos responsables, comenzando por uno mismo, que hagan su trabajo correctamente.