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Guillermo Hurtado

Vida de perros

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Hace unos días leí que en Alemania hubo una reunión de personas que desean ser identificadas como perros. En un video se observa a varios individuos aullando, ladrando y sacando la lengua. No estoy seguro de que la noticia sea verídica, pero no me resultaría increíble. En Japón, un hombre compró un fantástico disfraz de perro que le costó una fortuna y le gusta enfundarse en él para que lo saquen a pasear, echarse de panza y hacer otras monerías propias de los canes.

El fenómeno de las personas transespecie todavía no es muy común, pero quizá en un futuro cercano sea un asunto que merezca la mayor atención de la política, el derecho, la medicina y la ética.

Por lo que sé, la mayoría de las personas que no desean ser consideradas como humanos desean convertirse en perros. Se entiende. Si hay una especie que nos resulta entrañable es la de los canes. No obstante, podría decirse que la milenaria intimidad entre perros y humanos se ha estrechado en tiempos recientes. Como nunca antes, los humanos han encontrado en los perros una serie de atributos y virtudes que los han vuelto aún más adorables.

Los perros nos hacen compañía, son leales, nos alegran la existencia, comparten nuestros estados de ánimo y, por si fuera poco, nos protegen celosamente. Supongo que un humano que desea convertirse en perro pretende que el sentido de su vida se rija por esos mismos atributos y virtudes.

Sin embargo, para que una vida canina sea plena se tienen que cumplir ciertas condiciones que podrían ser reclamadas como derechos por aquellas personas que desean ser perros.

Una de esas condiciones es contar con un buen amo. Por lo que sé, las personas que quieren ser perros no quieren ser animales ferales o callejeros, sino que quieren disfrutar de los placeres de la vida perruna en compañía de uno o más seres humanos que les brinden alimento, cuidados y cariño sincero.

Quienes quieren ser perros quieren ser perros felices. Su anhelada vida de perros no es la del proverbial animal infestado por las pulgas, famélico y que recibe malos tratos, sino una vida de perros bien comidos, limpios y, sobre todo, amados.

Me imagino que el ideal de un perro trans es corretear en el jardín, jugar con los niños, echarse al pie del sofá junto con sus dueños y, sobre todo, recibir muchos besos y arrumacos: una vida de perro burgués. Pero no descarto que también haya perros trans que quieran trabajar como perros policía, rescatistas, pastores o guías de ciegos.

El problema es que no podrán cumplir con esas tareas igual que los perros de nacimiento, ya que su olfato, velocidad y resistencia no son los mismos. Es probable que, en caso de que no consiguieran esos puestos de trabajo, los perros trans denunciarían que se les ha discriminado de manera injusta.