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Horacio Vives Segl

La Cumbre para la Democracia de Biden: el ruido de las nueces

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Concluyeron recientemente las dos jornadas virtuales de trabajo convocadas por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para el análisis de la democracia en el mundo. Contrariamente a lo que muchos críticos señalan, en el sentido de que no concluyó en compromisos concretos para las naciones asistentes —y de ahí sus limitados resultados—, la verdad es que la cumbre de Biden sí tuvo varios aciertos.

En primer lugar, sirvió para recomponer el liderazgo de Estados Unidos en el ámbito internacional, donde poco a poco va recuperando el terreno que había perdido, por culpa de Donald Trump, y reconstruyendo sus alianzas con sus tradicionales socios de Occidente y del Pacífico. Esto no es menor, ante las renovadas disputas por el liderazgo mundial que EU sostiene con Rusia y China, los dos obvios grandes ausentes, no invitados a la cumbre.

Por otra parte, en el ámbito interno, la administración Biden sigue pagando los costos de las pulsiones polarizantes y autoritarias, dejadas por su antecesor: el ataque al Capitolio, la agenda antiinmigrante y racista, y las iniciativas estatales que pretenden inhibir el voto de las minorías, entre otras. Estados Unidos no estaba pasando, pues, por el mejor momento para ser referente de la democracia mundial. Biden se propuso revertirlo, alejándose radicalmente de los guiños que Trump hizo a diversos autócratas.

La cumbre sirvió para poner los incentivos en los lugares correctos. Dado que no era un foro de las Naciones Unidas —donde todos los Estados miembro pueden decidir si asistir o no—, aquí se requería de una invitación. ¿Qué líder del mundo, fuera del presidente de Estados Unidos, estaría en condiciones de hacer una convocatoria tan amplia, pero delimitando quién puede asistir y quién no? Claramente era un evento para el que los gobiernos deseaban ser considerados. Ahí están a la vista los recursos diplomáticos exhibidos por quienes buscaron infructuosamente ser invitados y no lo consiguieron, así como las críticas de los ausentes.

No sorprende que, del continente americano, no hayan sido invitadas las autocracias consolidadas: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Pero sí fue peculiar que, de la vecindad “ampliada” al sur, sólo México fuera invitado, dejando de lado al triángulo norte centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador), lo cual envía señales contradictorias en uno de los temas de mayor interés para la región: el control y orden migratorio.

La agenda incluyó temas relevantes, algunos clásicos y otros novedosos, para robustecer a las democracias: la promoción de elecciones libres, el combate a la corrupción, el apoyo a organizaciones independientes defensoras de la libertad de prensa y los derechos humanos, así como la reducción de la brecha digital y el uso de las nuevas tecnologías como instrumentos para consolidar, y no para socavar, la democracia y el Estado de derecho.

Cada vez es más cierto que, en el ámbito internacional, dice mucho con quién te juntas y para qué fines. Es indiscutible que las democracias liberales enfrentan críticas y desencantos. La impaciencia social, derivada de los deterioros acentuados por la pandemia, refuerzan el acecho. Pero los problemas de la democracia se resuelven con más democracia. Ésa es la manera de hacer frente a las falacias de los autoritarismos populistas. Qué bueno que Biden tenga clara conciencia de ello y actúe en consecuencia.