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Horacio Vives Segl

Disturbios golpistas en Brasil y una insulsa cumbre

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

M e refiero en esta entrega a dos acontecimientos recientes de gran relevancia en la política hemisférica: un nuevo episodio, muy grave, de la crisis política en Brasil, y la anodina Cumbre de Líderes de Norteamérica.

El mundo entero presenció una lamentable cadena de actos deplorables suscitados en Brasilia, donde turbas de seguidores del expresidente Jair Bolsonaro irrumpieron en las sedes de los tres poderes del Estado para vandalizar edificios, mobiliario, arte y documentación. Por supuesto, el episodio nos recordó el asalto violento al Capitolio en Washington, ocurrido exactamente 2 años y 2 días antes, perpetrado por seguidores del perdedor de las últimas elecciones, Donald Trump.

Con todo, hay importantes diferencias entre ambos acontecimientos. A diferencia de los sucesos de Washington, que fueron más bien abruptos, el asalto en Brasilia fue detonándose a lo largo de dos meses, desde que se dio a conocer el resultado de la segunda vuelta presidencial, y eso estuvo a la vista de quien lo quiso ver: por ejemplo, con la instalación de diversos campamentos —llamativamente, muchos de ellos en las cercanías de cuarteles militares—. Otra diferencia, no menor, es que en Estados Unidos la lealtad de las Fuerzas Armadas a las instituciones democráticas nunca estuvo bajo la más mínima sospecha; mientras que, en Brasil, es quizá el motivo de mayor preocupación. Hasta ahora, los poderes legítimos han recibido el respaldo de las cúpulas militares, pero no deja de ser llamativo el continuo escarceo de Bolsonaro con sectores castrenses y la cuestionada policía militar, o el papel de la Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin), que sólo de forma tardía encendió las alertas en la víspera de los sucesos del 8 de enero.

La profunda polarización en Brasil, alimentada por sus muy irresponsables líderes —sobre todo por Bolsonaro—, es el principal motivo de los disturbios. Con el resultado electoral quedó claro que los brasileños están divididos en mitades prácticamente iguales en número de votantes. Si Lula y sus seguidores creen que salieron fortalecidos tras el asalto a Brasilia, el diagnóstico es incorrecto y condescendiente; más bien, por el contrario, el nuevo gobierno debe tener claro que no sólo debe atender los graves problemas económicos y sociales que heredó del desastre bolsonarista, sino que también deberá lidiar permanentemente con una derecha variopinta que —aunque algunos de sus líderes se desmarquen del impresentable expresidente— es muy consciente de su fuerza y —una parte, al menos— no está muy convencida del respeto debido a las reglas democráticas. La única buena noticia es que la democracia brasileña aguantó estos desmanes. Esperemos que no ocurran más.

Mientras, de este lado del Ecuador, hace unos días se celebró en la Ciudad de México la X Cumbre de Líderes de Norteamérica, algo que no acontecía en nuestro país desde hacía 9 años, y marcaba el regreso de un presidente de Estados Unidos al país —Obama se reunió con Calderón en 3 ocasiones y con Peña en 2 en territorio mexicano—. Así que había expectativas. Sin embargo, dado que en los días previos ya habían pasado las cosas importantes —los nuevos compromisos en materia migratoria y la detención de un narcotraficante—, en la Cumbre no sólo no hubo nueces, sino ni siquiera ruido.

Se desperdició, pues —una vez más—, la oportunidad de relanzar, con una nueva mirada, la relación trilateral y atender los temas de la agenda regional. Todo fue somero y hasta vacuo. Fotografías y dos o tres simbolismos. Claro que los corifeos oficialistas hablaron de “un espectacular triunfo diplomático”, pero lo que sin duda quedará en la memoria de los jefes de gobierno de Canadá y Estados Unidos son los 28 minutos más improductivos de sus mandatos, convertidos en espectadores de una mañanera. Una increíble descortesía y un bochornoso despropósito.