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Julia Santibáñez

Esos amores capaces de aturdir

LA UTORA

Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

¿Uno puede sentirse “devastado de dulzura”? ¿Es como tener la certeza de que la persona que ahora acaricio es “la única criatura viva sobre la tierra” (o, al menos, la única importante para mí en la pecera), de forma que incluso me aviento la puntada de afirmar: “tu sangre es mi alimento”?

El poeta siciliano Salvatore Quasimodo y la bailarina milanesa Maria Cumani se conocieron un día de 1936 que empezó como cualquiera. Ella tenía veintiocho años, él andaba en los treinta y cinco. Nada anunciaba terremoto, conflagración cósmica. Empezaron una historia que los llevó a amarse desde los hígados, ponerse de acuerdo y de no-acuerdo, crear cada uno en su arte gracias al halo de luz que les daba estar juntos, tanto que Quasimodo aventuró en una carta a ella: “Quizá [éste] sea el punto más alto de nuestra vida”. No le pregunté, pero es posible que tuviera razón.

Es que al poeta ese amor se le agigantó entre las manos. Su pluma convirtió los besos en versos descomunales, en gestualidad sustantiva y temperatura verbal, en palabras en las que yo puedo reconocerme y también tú, porque al perdernos en la empresa del enamoramiento todos nos parecemos. De golpe, la soberbia nos define. Somos omnipotentes. Si ayer la vacilación era sello de la casa, hoy el hechizo nos afirma en la inmortalidad feroz. Cada día irradia una potencia inédita, que tal vez estaba ahí, pero no podíamos ver. Salvatore afirma con la jactancia del amante: “Internados en nuestra sangre nos nutriremos de nosotros. ¿Quién podrá vencernos?”.

Y, por supuesto, como barruntaron los trovadores del siglo XII, el ser que elegimos se vuelve nuestro dueño. Nuestra deidad particular. Quasimodo le escribe a Cumani: “¿Pasará también esta noche, dios mío, sin verte?”. La minúscula del “dios mío” es importantísima. No se trata de una interjección, no es como si dijera: “¿Pasará también esta noche, uf, sin verte?”. No. En el contexto del libro la minúscula indica que le está hablando a su dios individual, al suyo de sí, cuya ausencia insoporta. Y por supuesto que lo entiendo, he estado ahí: luego de rozar lo sagrado, ¿cómo aceptar el achatamiento diario? “Yo, junto a tu corazón, escucho tu nacimiento sensible, lento, pero exuberante y potentísimo... En ti espero salvarme, salvarnos”. Qué grosería es el amor que aturde, que nos devasta de dulzura.

Encuentro esta sustancia en Signo de león, libro de Salvatore Quasimodo publicado por anDante en 2021. Comprende cartas del autor a la bailarina durante dos décadas y también algunos poemas, vía directa a la belleza que habla de mí, de ti, de nosotros. La traducción sabrosa es factura de Myriam Moscona y Guadalupe Alonso, la hermosean ilustraciones de Jan Hendrix, la redondea un texto de la poeta Menchu Gutiérrez. Es de las mejores lecturas que me han habitado en meses.