a

Julia Santibáñez

Mis parientes-no-de-sangre

LA UTORA

Julia Santibáñez
Por:

“Yo me voy de aquí, jodida pero contenta, / tú me has doblado pero yo aguanto, / dolida pero despierta / por mi futuro, / con miedo pero con fuerza”, canta Buika, mujer con voz de garra que a veces acaricia, otras saca las furias y araña.

Podría cantarle eso a 2020: murió mi madre, el demasiado frío y además la imposibilidad de recibir abrazos; se contagiaron de Covid mi adolescenta y tres miembros de la familia —aunque tuve miedo que arde de tan grande, todos fueron asintomáticos. A una cercana indispensable le dio cáncer, más miedo; buenos proyectos se pospusieron en su fase inicial. Ante tanto descoloque y descoloreo ha estado conmigo mi gente desde hace unos treinta años: Rocío, Inés, Enrique. Y anclados recio en mi persona durante la última década están Alma Delia, Fernando y Paola (gracias a ella formo, con otras escritoras, una cofradía de queridades netas).

Ellas y ellos componen mi clan. Nos hemos acompañado en los vuelos y en las balas, en carcajadas, muertes, desamor y el riesgo cotidiano de vivir a tope. Son mi núcleo duro. Cuando traigo el ánimo espeso, jaloneado, como muchos días de estos meses, representan la posibilidad de no abismarme en el apocalipsis.

El parentesco es un concepto poroso; permite que personas no vinculadas por genes se integren a una familia a través de la adopción, por ejemplo. Los miembros de una tribu intercambian marcas corporales o sangre para confirmar que son del mismo grupo. Mis amigos y yo no tasajeamos (todavía) nuestros pulgares en un batidillo de glóbulos rojos, pero a lo largo del tiempo hemos tenido rituales de comunión en torno a cenas, estrujos y mezcal. Así ratificamos la decisión de estar imbricados. De compartir sustancia.

La etimología ilumina, como siempre. Hermano viene del latín frater germanus. Significaba “hermano genuino” (es decir, no “hermanastro”); frater era “hermano”, mientras germanus implicaba “auténtico”. Con el tiempo se perdió la primera palabra y germanus asumió el significado pleno de “hermandad”. Por eso digo con todas las de la ley: tengo fraternos que no son de sangre. O chance nos vincule algún ancestro en común, no sé, una bisabuela que se transmutaba en una diosa tetona y desmadrosa o un ser mito-ilógico que devoraba libros.

Durante su destierro en el siglo I, el poeta romano Ovidio calificó la ausencia de sus compañeros de vida como un “accidente”. Aunque la pandemia nos ha privado a mí y a los míos de sumar abrazos, sé que mientras evite el accidente de su lejanía, mientras tenga cerca a mis parientes por elección, las cosas nunca estarán demasiado mal. Gracias a ellos entiendo “la conmovedora belleza de este mundo”, como dijo el cubano Eliseo Diego, y por ellos brindo para cerrar este peliagudo diciembre. Lo que viene será mejor. Necesariamente lo será.