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Los aforismos de Zürau

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Si exceptuamos algunas muy concentradas entradas de su diario (como la famosa del 2 de agosto de 1914: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia.

Por la tarde, fui a nadar”.), podemos decir que la mínima expresión kafkiana es el aforismo, un destilado cuya ascendencia pueden ser los relatos breves, cuya ascendencia pueden ser los relatos largos, cuya ascendencia pueden ser las novelas, inconclusas, cuya ascendencia es este mundo absurdo en el que nacemos para morir.

En los aforismos de Kafka está todo Kafka, las situaciones intolerables, las jerarquías, el infinito (entendido como una eterna postergación), la caricaturización de la condición humana… No son ideas sueltas que Kafka pergeñara a lo largo de su vida sino resultado de una estancia en el campo con su hermana Ottla en 1917, y esas 109 desconcertantes sentencias hoy son conocidas como los “Aforismos de Zürau”, inmortalizando al pueblo de Bohemia donde fueron escritas.

El primer aforismo dice así: “El camino verdadero transcurre sobre una cuerda que no ha sido tendida en las alturas, sino apenas a escasa distancia del suelo. Parece haber sido dispuesta para tropezar antes que para pasar sobre ella”. Siendo ideas atrapadas al vuelo, tajos del pensamiento, conceptos libérrimos que Kafka registró en sus cuadernos en octavo, querer interpretarlos o traducirlos equivaldría a emprender una hazaña netamente kafkiana, pero bástenos esa imagen del derrotero de una vida como una cuerda ya no tensada en las alturas sino a manera de trampa sobre el suelo…

El aforismo número 20 es, a mi entender, perfecto, inicialmente colorido, espectacular, y finalmente reducido a esa tonalidad de la grisura característicamente burocrática, cansina y reiterativa que define al universo de Kafka: “Unos leopardos penetran en el templo y beben de las copas sagradas hasta vaciarlas del todo. El hecho se repite una y otra vez. Finalmente se hace previsible y se convierte en parte de la ceremonia”.

Hablábamos de jerarquías, que abundan en Kafka y que apuntan siempre a la opresión del poderoso sobre el débil, del Estado sobre el individuo, del Sistema sobre la pieza suelta. Otra ilustración muy común en Kafka de esa idea del mundo como una pirámide jerárquica es el recurso de los animales como espejo brutal de los humanos. Su “Informe para una academia” es un ejemplo ilustre de esa estrategia narrativa. Ahora vayamos al aforismo 29: “El animal arrebata la fusta de manos de su dueño y se azota a sí mismo para ser a su vez dueño, sin comprender que no es más que una ilusión producida por un nuevo nudo en la fusta”.

El aforismo 94 me lo he dicho constantemente a lo largo de mi vida adulta, acaso sin desentrañarlo del todo, siguiendo su movimiento concéntrico y luego fracasando, dispersándome aquí y allá como una chispa expulsada por la hoguera: “Dos tareas para el comienzo de la vida: reducir cada vez más tu círculo y examinar una y otra vez si no te estás escondiendo en algún lugar fuera del círculo”.

Con los años, la lectura cambia, y nadie nada dos veces en los mismos aforismos de Kafka: ésa es su virtud y su constante invitación.