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Comienza un lunes

ENTREPARÉNTESIS

JULIO TRUJILLO
Por:
  • Julio Trujillo

Ojalá este lunes no fuera lunes sino aún el jueves sostenido en el que nos depositó la pandemia, ese día sin orillas que duró meses y que dictó constantes lecciones sobre el tiempo, la convivencia, las necesidades básicas. Es cierto que, en parte, digo esto con la nostalgia anticipada de aquellos días en que la distancia social nos acercó más a nosotros mismos y en que habitamos un paréntesis, un aparte fuera del atropellado discurso de las horas y su agenda. Es cierto, pero lo digo sobre todo porque la normalidad no se decreta, la realidad no se transforma pintándola de naranja ni a golpes de voluntad. La curva no se ha aplanado y la gente va a salir a chapotear en su cresta.

Uno tras otro, los más serios análisis muestran el peligro de salir y provocar no un rebrote del virus sino la agudización de lo que ya estaba aquí y no se ha ido. Es comprensible la urgencia de reactivar la economía y la convivencia, pero no a costa de lo que sea, no a costa de la vida. Veo con estupor imágenes de calles en Nueva York y playas en Barcelona atestadas de gente que sin duda no cree en la ciencia, que, como Santo Tomás, sólo confía en lo que ve, y como el azote es invisible y no ha atacado a ningún conocido o familiar suyo, sale a exponerse con la seguridad de su instante de salud, su hechizante aquí y ahora. Aquí en México será peor: en lugar de pruebas y cubrebocas, se nos ha ofrendado un decálogo holístico y bienintencionado para evadir la realidad y hacer comparecer a la normalidad. Es muy temible la ignorancia voluntariosa. Jacinda Ardern ha dicho que se puede ser compasivo y fuerte, y ahí están las cifras neozelandesas demostrando la eficacia de una estrategia así, pero algunos líderes (con un discurso confuso que Orwell bautizó como doublespeak) son exactamente lo opuesto: inhumanos y débiles, desembocando en una enorme irresponsabilidad.

En política, deseamos un discurso que sea como el de aquel Han Yu: nítido en su sintaxis, preciso en su vocabulario y claro en sus enunciados. Que diga, como él, “cuando la hierba brota, brota”. Y el virus ha brotado y cunde: ¿qué tan difícil es hablar y reaccionar en consecuencia? Entiendo que es prácticamente imposible contener el hambre y la vida-al-día de millones de personas, pero sumar a esa urgencia una pura vaguedad anticientífica, que contradice la voz de los expertos, es clara y peligrosa demagogia. ¡La cifra de muertos se acerca a veinte mil! ¿No tiene ningún peso ese número terrible? ¿El pensamiento mágico evapora esa evidencia? ¿Se cree que tapándose los ojos como un niño también el mundo desaparece, o que nos hacemos invisibles? Hoy, quienes toman las grandes decisiones y tienen el micrófono, tienen que ser compasivos y fuertes. Al contrario de lo que suele creerse, la fuerza se acentúa en la compasión.

El poeta cubano Eliseo Diego escribió: “La eternidad por fin comienza un lunes”, y unos versos más adelante, aún hablando sobre la eternidad: “le da lo mismo rojo que azul tierno, / se inclina al gris, al humo, a la ceniza”. Ojalá que nuestra pandemia no se eternice por nuestra ineptitud, y que no le dé lo mismo rojo que naranja, y que no se incline por la ceniza.