a

Julio Trujillo

Poesía de baja velocidad

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En más de una ocasión, Toni Deltoro me hizo notar, con amistosa provocación, que el ritmo de mis poemas era como el ritmo del basquetbol: probablemente eficaz, pero demasiado urgente, con una resistencia casi ontológica a la quietud.

El tiempo del básquet es eléctrico como el tiempo del relámpago, y si caminas, te amonestan. Es un deporte caracterizado por ejecuciones veloces y frontales y por una constante definición, un deporte enemigo de la duda y de la horizontalidad. Ya quisiera yo, le decía divertido a Toni, escribir como juega Michael Jordan. ¿Y qué deporte define a tu poesía?, le pregunté una vez. El croquet, me dijo después de pensarlo un poco. Nos reímos. Uno se reía mucho con Toni. A mí no me molestaba (al contrario) que me usara de contraejemplo para definirse como lo que fue y será para siempre: el quieto. Fue tan perseverante en su poética y filosofía de la quietud que a veces parecía no moverse del todo, como una planta y sus dinámicas secretas que el inquieto ojo humano es incapaz de registrar, pero el poeta y sus poemas se movían, lentos como el desplazamiento de la clorofila, como los árboles. Él mismo se ha explicado así: “La poesía de baja velocidad que pretendo, capaz de ponerle la zancadilla al ritmo vertiginoso, desquiciado, pero dominante de la época, no quisiera que fuera una poesía provinciana, amodorrada, pacata; sino que poseyera una lentitud alerta, despierta, combativa; ni plañidera ni frívola.” En un poema en el que hace hablar a un camello, dice: “Soy un lento camello / que ha visto más arena / que espejismos y oasis; un lento camello / montado por los años”. Pero esa baja velocidad no es parsimonia ni modorra, y el camello es capaz de un súbito mordisco para combatir y someter. En ese mismo texto, el poeta se refiere a “una memoria jorobada” para compartirnos su predilección por la sinuosidad y un instintivo rechazo a usar la línea recta para llegar de A a B: la joroba como paréntesis o circunloquio, como resistencia a la definición. En la pausada imperfección de la joroba se atisba una belleza anticanónica muy del gusto poético de Toni, quien siempre volvía a ese poema de Álvaro de Campos en que al poeta, en un restaurante, le sirven el amor como callos fríos. Todo el mundo sabe que los callos se comen calientes, pero a él se los sirven fríos: en esa decepción, que apenas si se discute, se inscribe la retórica jorobada de los artistas rumiantes como Toni, paciente cazador de milagros minúsculos, y tanto, que muchas veces los confundimos con la vida de todos los días. Esos milagros son “Tesoros”, como se titula el poema de su admirado Eliseo Diego: “Un laúd, un bastón, / unas monedas, / un ánfora, un abrigo, // una espada, un baúl, /unas hebillas, / un caracol, un lienzo, / una pelota”. Se adivina una curiosidad infantil, un tiempo fuera del tiempo, un estar de rodillas inspeccionando la multiplicidad de la vida a ras de tierra. Una memoria jorobada, unos callos fríos, un botín de acumulaciones infantiles… Estampas con las que hoy recuerdo a mi amigo el poeta de baja velocidad.