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Julio Trujillo

La vasija y el alfarero

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Cuando mis ojos se toparon, en la tienda de caridad, con los célebres cuartetos (Rubaiyat) de Omar Jayam traducidos por Edward Fitzgerald, me sentí arrastrado por la poderosa corriente de versiones, diversiones, traslados, traducciones, recreaciones, transformaciones y metamorfosis que acompañan desde hace siglos a esos poemas y que ratifican lo que ya sabemos, que la poesía, como el lenguaje del que está hecha, es de todos y su autoría es, finalmente, gremial.

Sabemos que Fitzgerald tradujo a Jayam, y que el feliz resultado (el milagro) no corresponde ni a éste ni a aquél sino, a decir de Borges, a un tercer poeta que ya no es ellos. El platillo (una delicia) fue cocinado en la caldera del tiempo y sus ingredientes tal vez son incontables: la tradición sufí y el pesimismo agnóstico, el fantasma de un astrónomo persa y la flemática tristeza de un señorito inglés, las loas del epicureísmo y la certeza de la muerte, perlas de sabiduría y buen vivir que, separadas por setecientos años, son una y la misma, porque el hombre y la mujer, ayer y hoy, acompañados de su fecha de caducidad, son uno y el mismo.

Sabemos que el Rubaiyat es uno de los poemas más citados y leídos en inglés, y que, así como Fitzgerald lo tropicalizó del persa (valga la expresión), ha sido traducido a la mayoría de las lenguas del orbe, siempre con algún nuevo giro, una adición, una resta, una apropiación. Swinburne, brillante, no dudó en considerar al Jayam de Fitzgerald como un poeta inglés… y Fitzgerald mismo, al referirse a su experiencia de traductor, dijo: “Bajo cualquier costo, la cosa debe vivir: con la transfusión de lo peor de uno si no se puede retener el original. Más vale un gorrión vivo que un águila disecada”. El gorrión sigue aleteando, y basta rascar un poco, tan sólo en inglés, para descubrir que de una misma cuarteta hay docenas de versiones y variaciones.

Alguien ha dicho, pensando en Borges (no sólo es canónico su ensayo “El enigma de Edward Fitzgerald”, sino que su padre, Jorge Guillermo Borges, fue uno de los primeros traductores del Rubaiyat al español), que Fitzgerald es una versión verosímil de Pierre Menard, quien pretendió volver a escribir el Quijote: a su manera, Edward Fitzgerald fue Omar Jayam, se metió en su piel y pudo recrear esos cuartetos. Pero el símil no se ajusta bien al enigma, cuyo postulado central es la creación de una nueva poesía y de un nuevo poeta. ¿Quién? Acudamos a otro símil: La conferencia de los pájaros, la gran epopeya del sufismo medieval persa (el buen Fitzgerald también metió su mano ahí, arriesgando una traducción) en la que los pájaros buscan a su rey, el simurg, y finalmente llegan a su palacio y descubren que ellos son el simurg y que el simurg es todos y cada uno de ellos. A la pregunta: ¿quién es el autor del Rubaiyat?, podemos responder, como aves que han cruzado siete mares en busca de un rey inexistente, nosotros, todos y cada uno de nosotros seguimos componiendo esos cuartetos. ¿Y quién nos compone a nosotros?, o, para decirlo con las palabras del Rubaiyat: “¿Quién aquí es la vasija y quién el alfarero?”.