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Leonardo Núñez González

La asimetría con Estados Unidos

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González
Por:

Pocas relaciones bilaterales en el mundo son tan asimétricas como la que tiene México con Estados Unidos. Compartir más de tres mil kilómetros de frontera con la principal potencia militar y económica desde una posición tan frágil como la nuestra siempre ha sido uno de los mayores retos del país.

En muchas ocasiones esa asimetría ha terminado con nosotros en el suelo, como cuando nada pudo hacerse para detener al ejército invasor que terminó adueñándose de prácticamente la mitad de nuestro territorio. Pero en ocasiones la diplomacia mexicana ha logrado sobrellevar el abismo de poder entre nuestros países e impulsar su propia agenda, mantenido a flote la dignidad nacional, tal como logró Cárdenas al realizar la nacionalización petrolera a pesar de la oposición estadounidense.

Este segundo camino, evitando la confrontación directa, nos dio años de práctica para lograr articular una política bilateral en la que, a pesar de dormir con un elefante en la cama, el sistema político mexicano mantenía cierto margen de acción y dignidad que permitieron cohabitar funcionalmente con el gigante estadounidense. Paralelamente, nuestras vidas también fueron integrándose más y más, tanto por la creación de una enorme comunidad binacional producto de la migración masiva de millones de mexicanos que buscaron un mejor futuro, como por la intensidad del intercambio comercial, que terminó integrando múltiples cadenas productivas a ambos lados de la frontera. Hoy es imposible entender a México sin Estados Unidos y viceversa.

Paradójicamente, pocos momentos en la historia habían mostrado una beligerancia y violencia tan marcada hacia nosotros como la que llegó a la Casa Blanca con la presidencia de Donald Trump. Como mecanismo de campaña, primero, y como forma de gobernar, después, México y los mexicanos nos convertimos en una de las piñatas favoritas del presidente, con consecuencias que iban más allá de las palabras. Esto generó una profunda confusión y pérdida de estrategia, pues sabiendo la posición de extrema debilidad de nuestro gobierno, la confrontación podía ser contraproducente, por lo que el silencio se convirtió en el mecanismo de supervivencia. Sólo hacia el final del sexenio anterior, y como un ejercicio de dignidad mínima, el presidente Peña emitió un mensaje para demandar respeto y abrir la negociación del TLCAN que Trump amenazó con suspender. Pero, fuera de eso, el silencio siguió siendo la regla como reacción ante cada injuria.

Hoy no sólo opera el silencio, sino que la política se transformó en complacencia. El candidato López Obrador, que denunciaba la xenofobia del gobierno de Trump y defendía con fiereza a los mexicanos al punto de reiterarnos que él pondría en su lugar al bully, diciéndole con fuerza “Oye, Trump”, ha desaparecido. Mucho de este silencio tiene que ver por saberse con la bota en el cuello, como siempre ha sido, pero lo que desconcierta es que, además, hemos puesto nuestra política nacional a su servicio y perdido en el camino dignidad, como hicimos al convertir la Guardia Nacional en el muro de Trump, sacrificando también el poco margen de acción que podríamos tener para oponernos al gigante. Hoy la asimetría es, tal vez, más grande que nunca, pero parece que para muchos es muy cómodo vivir ahí.