En el estudio de la política internacional se le conoce como lame duck, o pato cojo, a los gobernantes que ya tienen sucesor en el poder por los resultados electorales, pero que todavía se encuentran en funciones hasta la fecha de cambio de gobierno. La expresión hace referencia a que un pato con dificultades para moverse es un blanco fácil para los depredadores, pues no tiene las mismas capacidades y poderes que uno en plenitud.
La condición de pato cojo no necesariamente implica pasividad, en muchas ocasiones es todo lo contrario: alguien que está en el límite de perder el poder puede querer hacer todo lo que sea posible para ejercerlo (o aferrarse a él) antes de que tenga que entregarlo, sin importar que eso signifique aventarle un cohete prendido a quien vaya a ocupar el puesto. En Estados Unidos, por ejemplo, es famoso el caso de los “jueces de medianoche”, en el que el presidente John Adams perdió ante Thomas Jefferson en las elecciones de 1800 y, 19 días antes de entregar el poder, decidió aprobar una reforma para modificar el Poder Judicial, reduciendo los asientos de la Corte Suprema y creando decenas de nuevos cargos de jueces que rápidamente comenzó a designar para heredárselos a su sucesor. Jefferson tuvo que pelear política y legalmente para echar abajo estos cambios y nombramientos y lo logró en un proceso que hasta ayudó al Poder Judicial a convertirse en árbitro independiente.
Este caso dejó para la historia estadounidense un fuerte precedente de que las acciones finales de un pato cojo que quiere exprimir hasta el último minuto su poder son políticamente cuestionables, pues si bien formalmente sigue en el cargo, los resultados de las urnas ya transfirieron el poder a otra persona. Por eso cuando otros presidentes han hecho acciones similares, se ha rescatado la idea original para cuestionarla: a los cambios legales que muchos presidentes han hecho en los últimos días de su mandato se les conoce como “regulaciones de medianoche” y usualmente son muy criticadas, a la vez que combatidas por sus sucesores.
No caer en estos excesos se corrige apelando a la ética personal de los políticos o creando mecanismos para evitar esta situación. Lo primero es poco probable que suceda, pero en ocasiones se ve. Joe Biden, por ejemplo, es un caso perfecto de un presidente que, aun cuando no se han realizado las elecciones, ha sabido hacerse a un lado de la contienda política con dignidad y dejar a su sucesora operar con libertad. Lo segundo es más difícil de lograr, pero vale la pena recordar que hay países en que el cambio de gobierno no dura semanas ni meses, sino que es inmediato. En Reino Unido y casi todos los países de la Commonwealth, por ejemplo, el cambio de gobierno se da al día siguiente de la elección, para evitar cualquier tentación indebida. México ya acortó una vez ese periodo, pues en lugar de entregar el poder en diciembre, ahora se hace en octubre, pero no deja de ser una larga ventana de tiempo en que, como estamos viendo, la tentación de no ser un pato cojo nos lleva a situaciones límite que, desafortunadamente, ya hemos visto en el pasado que pueden terminar en desastre. Habría que preguntarnos si necesitamos volver a ajustar esta regla.