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Leonardo Núñez González

Rebelión contra Putin

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El 19 de agosto de 1991, en medio de las reformas a la economía y el sistema político que intentaba implementar el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, hubo un intento de golpe de Estado liderado por un grupo de altos funcionarios del Partido Comunista y la KGB. El golpe fracasó en tres días, pero marcó el inicio del derrumbe del poder de Gorbachov y de la URSS, que tan sólo cuatro meses después desaparecieron del mapa.

La rebelión de los mercenarios del Grupo Wagner en contra del régimen de Putin fracasó en cuestión de horas, pero sus consecuencias podrían ser desastrosas para un sistema político basado en la apariencia y la simulación de tener todo bajo control. Para poner en su justa dimensión los eventos de hace unos días, vale la pena tomar nota de algunas de las cosas que hay evidencia que sucedieron entre el llamado de Yevgeni Prigozhin para deponer a las autoridades militares y su exilio a Bielorrusia.

El Grupo Wagner públicamente se declaró en rebeldía y con las intenciones de remover a las autoridades militares, en particular al ministro de defensa Serguei Shoigu, por sus acciones tendientes a absorber y neutralizar al grupo de mercenarios. Los mensajes grabados del propio Prigozhin, así como los diferentes materiales que difundieron a través de sus canales, dejaron testimonio de una movilización amparada en el despliegue de fuerza militar y dispuesta a avanzar hacia Moscú para imponer sus demandas.

La que eufemísticamente fue llamada “marcha por la justicia”, en realidad fue una marcha dispuesta a usar las armas, pues en el camino hacia la capital rusa, las fuerzas del Grupo Wagner derribaron al menos 6 helicópteros, así como un avión Il-22. Alrededor de 13 pilotos rusos fueron asesinados por los mercenarios.

El régimen ruso no sólo reaccionó atacando militarmente a la columna del Grupo Wagner, sino que el propio Putin lanzó un mensaje en cadena nacional reconociendo la gravedad de la situación que enfrentaba, pues abiertamente dijo: “Las acciones que dividen nuestra unidad son una traición a nuestro pueblo, a nuestros hermanos de combate que luchan ahora en el frente. Es una puñalada en la espalda de nuestro país y a nuestra gente. Exactamente este tipo de motín se realizó en 1917”.

El motín de Wagner fracasó y Prigozhin explicó que se debía a que no quería un derramamiento de sangre rusa, pero lo que probablemente estuvo detrás fue que no pudo sumar a su causa a ningún poder económico, político o militar relevante, por lo que era una apuesta muy riesgosa llevar a las últimas consecuencias su revuelta. Sin embargo, es claro que Putin no estaba preparado ni esperaba este desafío, que sin importar que haya fracasado, ha herido gravemente a su régimen. El poder ruso se basa en haber logrado consolidar la idea de que Putin es inevitable, invencible e incuestionable, por lo que toda resistencia es inútil. Por eso, todas las alternativas políticas que podrían ser un riesgo han sido desactivadas, como hicieron con el intento de asesinato y posterior encarcelamiento del opositor Navalny. Pero si Putin pudo ser desafiado, su poder puede comenzar a erosionarse muy rápido. La historia puede repetirse y todo lo que parece sólido puede desvanecerse rápidamente en el aire.