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Pedro Sánchez Rodríguez

Dilución

CARTAS POLÍTICAS

Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

A veintidós años de la democracia en México como la conocemos ahora y en un contexto en donde la política nacional no se entiende si no es a través de coaliciones, los partidos políticos no encumbran posiciones ideológicas, sino intereses u objetivos que se diluyen al momento de conseguirlos. Intereses que hacen que el PAN de la militarización de Calderón, esté contra la militarización de AMLO y que la corrupción del PRI no sea un problema para aliarse con la honestidad de Morena.

El consentimiento y el derecho a disentir son los principios inspiradores, organizadores y maestros del arte de asociarse voluntariamente. Hannah Arendt y Alexis de Tocqueville no se referían a los partidos, sino a organizaciones ad hoc que persiguen objetivos a corto plazo y desaparecen cuando el objetivo ha sido alcanzado. La oposición en México se ha convertido en eso.

Me refiero a que la forma de comprender a los partidos como marcas que otorgan información y solucionan de forma determinada ciertas cuestiones, es algo que resulta cada vez más difícil de sostenerse. El conflicto político hoy se resuelve en mayor medida no por una convicción ideológica y un proyecto de país, sino de manera particular por los intereses de sus miembros. En este sentido, la concepción de partidos que representan clivajes de la sociedad está rebasada. Hoy parecen más instituciones endógenas, formadas por individuos egoístas que quieren llegar al Gobierno, al Congreso, a las cortes y a los estados y operar dentro.

El fracaso ideológico, programático y electoral del PAN y el del PRI no sólo han minado su presencia regional y parlamentaria, sino que ha resultado en una disminución de la inteligencia política de sus liderazgos y sus integrantes. No lo digo con sarcasmo, lo digo con lástima. Los eternos rivales del periodo predemocrático y post-transicional, que daban claridad sobre el espectro ideológico nacional, se coaligaron con un mendigo que difícilmente representa hoy algo (el PRD) y diluyeron su marca. No representan nada. Esta asociación voluntaria, construida a partir del consenso y el disenso, no nace del interés de construir un mejor país o representarlo sino de un instinto tan primitivo como la supervivencia económica de sus integrantes.

Nadie en su sano juicio podría actualmente confiar el destino del país a Alito Moreno o a Marko Cortés. Dirigen partidos que no pueden ganar elecciones presidenciales, ni mantener mayorías parlamentarias. Culpan a Morena y su autoritarismo, pero los responsables en gran medida son ellos. Muy poco queda del PRI institucional y mucho queda del corrupto, muy poco queda del PAN empresarial e intelectual y mucho del conservador rancio y posudo. ¿O qué? ¿Alguien espera que si llega el PAN al poder regrese al ejército a sus cuarteles? ¿Alguien espera que ganen elecciones federales cuando pierden gubernaturas y congresos locales como si fueran damas chinas? ¿Cómo puede darse la posibilidad de que el PRI promueva iniciativas del Presidente y luego regrese a la coalición como si nada?

La política real no se juega en la oposición, sino en Morena. Los operadores del Presidente se mueven libremente en los congresos, procuran ser captados en televisión susurrando al oído a congresistas, incidiendo en los espacios de la Corte mientras ven sus discusiones como si fuera Netflix. Los amigos de la prepa y la universidad se visitan en sus casas, que resultan ser los palacios de gobierno. Se grillan entre ellos, se enfrentan y se sangran. Su juego es tan bueno, que el capitán del PRI ya se levantó de la banca y se cambió de equipo.

¡Así es la política! Sí, pero el problema de estas asociaciones voluntarias de espectro temporal muy limitado, más allá del espectáculo que nos ha tocado vivir, son de personas encumbradas con poder político y constitucional. Así como la 4T denuncia que las reformas estructurales del PRI se consiguieron a y con billetazos, las decisiones de nuestros días se consiguen estrujando. El método es el mismo: reformas constitucionales y legales que se aprueban con la coyuntura política. Quienes hoy protagonizan esos episodios se irán como se fueron sus predecesores, pero el resultado, si bien no es permanente, tiene efectos de alto impacto ahora y en el futuro.