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Pedro Sánchez Rodríguez

La ilusión y la decepción

CARTAS POLÍTICAS 

Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Apoyar a la selección mexicana es masoquismo. Es asumir, por propia voluntad, el costo de continuar el día enojado y triste después de ver un partido de México. No se queda ahí. La magia de la selección no está en que pierdan, sino en cómo pierden. El último partido de la fase de grupos para México, contra Arabia Saudita, fue una muestra de lo bello que es ilusión y lo amargo del desconsuelo. 

Antes del partido, los programas deportivos y todas las personas veían la clasificación a octavos de final en la Copa Mundial de Qatar, como algo imposible de lograr. Las pantallas de las salas y de los celulares se abarrotaron de estrafalarias matrices que sugerían que México debía ganar por cuatro goles, si quería incrementar su probabilidad de pasar, sujeto a los resultados del duelo entre Polonia y Argentina. La rivalidad entre México y Argentina se acentuó con memes sugiriendo que podíamos eliminar a nuestros hermanos sudamericanos, si perdíamos contra Arabia.

Nadie esperaba un milagro. Es más, en el primer tiempo más de uno debió haber regresado a su escritorio a seguir trabajando, resignado con lo que todo mundo esperaba: no clasificar. No faltó quien, después de ver los partidos contra Polonia y Argentina con la verde bien puesta, haya decidido dejar guardada la playera recién lavada en el cajón del armario en este último partido. Tampoco debió faltar quien, al ver el segundo tiempo que jugaron los futbolistas mexicanos, haya corrido rápido a ponerse la casaca para enviar buenas vibras.

Todo el partido, pero especialmente el segundo tiempo, fue una vorágine por parte del equipo mexicano, que atacaba constantemente el arco saudí, espléndidamente defendido por el portero Al-Owais. Al final empezaron a llegar los goles, la combinación de la victoria argentina sobre los polacos y los dos goles de la selección, nos dejaba empatados en puntos y diferencia de goles con el equipo europeo. Empezó a contar, como criterio de desempate, el número de tarjetas y el fair play, lo que nos mantenía fuera de los octavos. Necesitábamos, esperábamos, ansiábamos un gol… que finalmente nunca llegó.

Lo que vuelve dolorosa la derrota es que quizás presenciamos el partido más ofensivo y mejor jugado por parte de la selección mexicana en muchísimo tiempo y, aun así, no fue suficiente. La tragedia a la que nos enfrentamos es que empezamos el partido escépticos y, al paso de los minutos y con la llegada de los goles, nos ilusionamos y, al final, una vez más nos quedamos con nada. En este Mundial no hubo celebraciones en el Ángel, no hubo visitas a la embajada de Corea del Sur, no hubo júbilo ni fiesta. Sólo tuvimos pequeños espasmos de felicidad y emoción, que se diluían frente a la ansiedad disfrazada de esperanza.

Lo que siguió, ya lo conocemos. La famosa autocrítica, las responsabilidades y la culpa. Todo mundo señaló al entrenador de la selección como si fuera el único responsable. Sin duda una parte de este fracaso tiene que ver con él, porque sus cambios fueron inoportunos y cuestionables, y su convocatoria no superó en ningún momento la prueba de la risa. Aun, cuando aplaudimos a los jugadores por haberse ido con todo a buscar la clasificación con Arabia, uno no deja de preguntarse por qué hasta estas instancias es que brilla el juego del seleccionado nacional y por qué no lo hacen más frecuentemente en duelos de la Concacaf, Copa Oro o Nations League. Si lo hicieran, sin duda su juego mejoraría sustantivamente por el mero hecho de practicar el jugar bien.

Hay un fenómeno también curioso con la selección nacional y es que, a pesar de ser un negocio privado manejado por empresarios, tenemos un sentimiento de pertenencia muy arraigado sobre ella. A la selección se le exige con más conocimiento de causa y mucho más claridad de lo que se espera que a los gobiernos. El director técnico de la selección pasa un mayor escrutinio público que el Presidente de la República. Hay literatura sobre cómo la rendición de cuentas mejora el desempeño de los gobiernos, pero eso no pasa aquí. Eso quiere decir que por mucho que deseemos una victoria y que mejoremos nuestro juego, los ojos de la Federación Mexicana de Fútbol y de los dirigentes de la selección no están en el balón, sino en una alcancía.