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Rafael Rojas

El nuevo jingoísmo

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

En 2021, el consumo de fentanilo en EU llegó a causar más de 107 mil muertes; en la imagen, un hombre yace junto a un contenedor de basura en San Francisco.Foto: AP
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A fines del siglo XIX era muy común utilizar el término “jingoísmo” para referir un tipo de nativismo ligado a proyectos de expansión de los imperios atlánticos. Aunque el término se originó en Gran Bretaña, fue aplicado con recurrencia durante el impulso de la hegemonía de Washington en las Américas y, específicamente, en el contexto de la guerra de Estados Unidos contra España por el dominio de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. 

El Journal de William Randolph Hearst y el Herald de Joseph Pulitzer, en Nueva York, echaron mano de un antiespañolismo burdo para propagar la intervención de Estados Unidos en el Caribe. Los reiterados editoriales contra la degradación del carácter de los españoles y la barbarie de los latinoamericanos y caribeños se presentaban como justificación de la guerra como mecanismo de civilización. El caso de Evangelina Cisneros, joven patriota cubana, encarcelada por la Capitanía General y liberada por el periodista del Journal, Karl Decker, fue aprovechado por aquella prensa para ilustrar el salvajismo de los españoles y llamar a la ocupación de la isla.

En estos días, vuelve a circular una narrativa jingoísta, en Estados Unidos, en relación con México. El pretexto, esta vez, son los cárteles del narcotráfico, pero la trama de fondo es la misma: la violencia y la criminalidad de este lado de la frontera. La definición del narcotráfico como pretexto cobra sentido si se recuerda que no se trata de un fenómeno nuevo y que está fuertemente imbricado en las relaciones entre Estados Unidos y México desde hace décadas.

Una vez más, el jingoísmo, por medio de su proyección racista, sirve para ocultar un problema de salud pública en Estados Unidos, bajo la trama del narcotráfico mexicano. El consumo y el mercado de las drogas en Estados Unidos se ven camuflados por un discurso público que criminaliza a México y a los mexicanos

La directora de la DEA, Anne Milgram, el senador republicano por Iowa, Chuck Grassley, el director del FBI, Christopher Wray, y los legisladores del mismo partido de Texas, Kansas y Florida, Dan Crenshaw, Roger Mashall, Michael Waltz y Rick Scott, han expresado en las últimas semanas críticas a la violencia en México, que, en algunos casos, han sido acompañadas de preocupantes propuestas como la declaración de los cárteles como organizaciones “terroristas” y la demanda del uso de la fuerza de Estados Unidos en territorio mexicano.

Se ha recordado desde el año pasado, cuando se publicaron las memorias del secretario de Defensa, Mark Esper, que en tiempos de Trump, la Casa Blanca llegó a considerar el uso de misiles para destruir laboratorios de drogas en México. En sus memorias, Esper no describe la idea de Trump como una boutade sino como una propuesta en toda regla que fue desechada por la comunidad militar y de inteligencia de Estados Unidos.

Una vez más, la diplomacia mexicana tendrá que hacerse cargo de la contención de esa retórica agresiva y mantener a flote la agenda bilateral. Lo peor que podría pasar es que al jingoísmo estadounidense se respondiera con una vuelta al patrioterismo antiyanqui, que tanto daño hizo a la izquierda latinoamericana y caribeña durante la Guerra Fría

El discurso jingoísta, en el plano de la representación estereotipada y racista de los mexicanos, se rearticula, especialmente dentro del conservadurismo republicano, en medio del contexto electoral de Estados Unidos. Junto con el control migratorio, la campaña presidencial recarga la agresividad retórica contra México como origen del tráfico de drogas, que desemboca en la epidemia de adicción y consumo de fentanilo, que tan sólo en 2021 llegó a causar más de 107 000 muertes en Estados Unidos.

Una vez más, el jingoísmo, por medio de su proyección racista, sirve para ocultar un problema de salud pública en Estados Unidos, bajo la trama del narcotráfico mexicano. El consumo y el mercado de las drogas en Estados Unidos se ven camuflados por un discurso público que criminaliza a México y a los mexicanos, y que culpabiliza al país vecino por las amenazas de la migración, la delincuencia y los estupefacientes.

Como en los estudios de León Poliakov sobre las “causalidades diabólicas” del racismo, México encarna en ese discurso el origen del mal. Una vez más, la diplomacia mexicana tendrá que hacerse cargo de la contención de esa retórica agresiva y mantener a flote la agenda bilateral. Lo peor que podría pasar es que al jingoísmo estadounidense se respondiera con una vuelta al patrioterismo antiyanqui, que tanto daño hizo a la izquierda latinoamericana y caribeña durante la Guerra Fría.