La nueva batalla de Poltava

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Fotografía del 4 de septiembre de 2024. Trabajadores de rescate hacen labores en el sitio de una universidad militar afectada por un ataque ruso en Poltava, Ucrania Foto: Servicio Estatal de Emergencia de Ucrania vía AP

A principios del siglo XVIII, Poltava, una importante ciudad del centro-este de Ucrania, fue escenario de una batalla decisiva entre el imperio sueco, encabezado por el monarca Carlos II, y el zarismo ruso, regido por Pedro el Grande. En la historia soviética y rusa, el triunfo de los rusos en Poltava ha sido visto como uno de los momentos estelares del ascenso de la hegemonía de Rusia en el espacio euro-asiático.

En el siglo XIX Poltava se convertiría en un centro importante del nacionalismo ucraniano pro-ruso. Simon Petliura, el intelectual y político ucraniano que se enfrentaría a los revolucionarios bolcheviques, después de la Gran Guerra, buscando alianzas con Alemania y Polonia, y que difundiría una visión de la identidad nacional ucraniana, basada en la religiosidad ortodoxa y la conexión con el zarismo ruso, sería una figura emblemática de aquel nacionalismo.

Un siglo después, Poltava ha reafirmado su condición de frontera, en el actual conflicto entre Rusia y Ucrania. Si en tiempos de Pedro el Grande aquella ciudad funcionaba como límite entre Rusia y los imperios del norte, especialmente el sueco, ahora, en tiempos de Vladimir Putin, se vuelve un lugar estratégico de la pugna entre Moscú y Kiev y sus aliados en el mundo.

Tras la incursión de las fuerzas ucranianas en la ciudad de Kursk, tal vez, la primera operación ofensiva de Ucrania en el territorio de su vecino, Moscú tomó represalias. Putin fijó el objetivo en el Instituto Militar de Comunicaciones de esa ciudad, un centro de instrucción y entrenamiento donde se exalta el patriotismo del óblast de Poltava. De acuerdo con el Kremlin, ese instituto es hoy una base de operaciones de drones contra Rusia.

A principios de septiembre, los rusos bombardearon los edificios del Instituto de Poltava, dejando más de 50 muertos, más de 180 heridos y, prácticamente, toda la institución destruida. El gobierno ucraniano ha insistido en que se trataba de una institución educativa y que una clínica adjunta al instituto también fue bombardeada. Moscú ha respondido que se trataba de un objetivo militar.

Es interesante observar la forma en que los medios rusos o prorrusos han descrito la incursión ucraniana en Kursk como “invasión”, preservando para la la guerra contra Ucrania el eufemismo de “operación militar especial”. En términos de la propaganda oficial rusa, no se trataría de una invasión estrictamente ucraniana sino de la OTAN.

Desde el 24 de febrero de 2022, el teatro de operaciones de esta guerra ha sido el territorio ucraniano, todo ese territorio, y no únicamente el Donbas o la región fronteriza. Sin embargo, de acuerdo con la racionalidad geopolítica de Putin la guerra misma y todas sus decisiones internacionales responden a un conflicto mayor, que es el del Kremlin con Occidente.

La misma lógica estaría detrás de los extraños mensajes de Moscú de un posible acuerdo para la paz con Ucrania, justo después de los sangrientos choques de Kursk y Poltava. Hace unos días, en Vladivostok, Putin se refirió a los protocolos de un entendimiento con Ucrania, derivado de las negociaciones de Estambul.

En una primera lectura, parecía inconcebible que en medio del clímax de la guerra, Putin invitara a retomar la senda del diálogo, que ha tratado de impulsar en los últimos meses el gobierno austriaco. Pero en realidad, Putin hablaba en Vladivostok como quien está en posición de imponer condiciones para la paz, dado el éxito de su contraofensiva en Kursk y la brutal muestra de fuerza en Poltava.

Esas condiciones son sabidas: retiro de Ucrania del Donbas, renuncia a ingresar a la OTAN y desarme del ejército ucraniano. Como ha reiterado el gobierno ucraniano, de las tres, sólo la primera sería parcialmente aceptable. Hace dos años, la segunda no contaba, ya que interesaba más a Ucrania ingresar a la Unión Europea, pero ahora sí cuenta. La tercera sería innegociable para cualquier estado soberano.