a

Rafael Solano

¿Dónde está la falla de las coaliciones?

DE LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD 

Rafael Solano
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En palabras de Nate Silver, el pronosticador y el opinador debe reconocer que su percepción de la verdad es necesariamente imperfecta, nuestras predicciones siempre llevarán el sesgo de nuestro punto de vista subjetivo.

Entonces, por eso es importante atender la señal, que es lo más cerca de la verdad, mientras que el ruido es lo que nos distrae de la verdad.

Invito al lector a observar con detalle a muchos de quienes vemos en los programas de “análisis”; en realidad están defendiendo una idea política. Algunos participan en los grupos de estrategia o son oradores estrella de una línea política, es decir, no están analizando, están alineando una agenda. Sucede, no es ni bueno ni malo, sólo es importante que como público lo tengamos presente antes de atenernos a sus conclusiones.

Tras la caída de la versión salvaje del capitalismo con la Gran Recesión de 2008 y la reforma electoral de 2009, el sistema de partidos se ha venido modificando constantemente a través del cambio socioeconómico y del cambio institucional. En la reforma de 2009, un elemento fundamental fue el cambio en las reglas de coaliciones, anteriormente una coalición entre partidos implicaba que se agruparan bajo un logotipo común en un solo recuadro de la papeleta electoral, y la votación se distribuía por convenio, lo que beneficiaba a los partidos pequeños establecidos, ya que aseguraban sus registros con la firma de un papel y les proveía capacidad de chantaje.

La reforma provocó que los partidos aparecieran con su propio emblema y en su propio recuadro de la papeleta, lo que determina con claridad y precisión el volumen y porcentaje de los partidos coaligados. Esto también implicó que los partidos electorales mayoritarios se beneficiaran. Como lo ha estudiado Javier Aparicio, el diseño de las coaliciones en nuestro sistema implica para los partidos grandes perder distritos de mayoría relativa, pero ganar plurinominales, es decir, transfieren triunfos de mayoría relativa del partido mayoritario a los partidos aliados de menor tamaño, para conseguir un mayor tamaño de plurinominales. Esto sucede porque la concentración territorial se distribuye en lo nacional gracias a la coalición.

El problema está surgiendo cuando en una coalición no hay un partido claramente predominante, como sucede en la coalición del PRI-PAN-PRD. El problema de fondo es que el beneficio se distribuye entre PAN y PRI, dado que son medianos y éste termina por cancelarse para el partido que pone un poco más. Por ejemplo, mientras el PAN ganó 40 diputaciones de mayoría relativa (MR) en coalición y obtuvo 41 de representación proporcional (RP), el PRI ganó 19 de MR en coalición y obtuvo 40 de RP, un beneficio asimétrico. Es decir, en este caso, al no existir un partido claramente mayoritario, los beneficios se diluyeron y por consiguiente se cancelaron. Lo contrario sucedió en la alianza de Morena, con 57 victorias de MR en coalición, obtuvieron 76 diputados de RP. Esto sucede porque cuando se diseñó el sistema de coaliciones de 2009, los partidos grandes no imaginaron que se convertirían en partidos medianos y no vieron la otra cara de la moneda.

Y aquí entra la otra parte del análisis, la importancia de las fracciones en el nuevo sistema de partidos. La coalición dominante del PRI está conformada por el grupo Coahuila y el dirigente priista, por eso en la Cámara de Diputados, a pesar de la presión social logran votaciones en bloque. El problema de esto es que, en el PRI, el PAN y el PRD los espacios político-electorales están cooptados por las fracciones políticas dominantes en esos partidos, lo que es normal en un sistema, pero también es normal la absorción de liderazgos sociales. En realidad, por diseño, tienden a excluir el ingreso de nuevos cuadros, ya que sus espacios son reducidos.

Para muestra un botón, de los 66 distritos ganados por la coalición Va por México, sólo uno fue ganado por un miembro de la sociedad civil, Rocío Banquells, que terminó por renunciar e irse a Movimiento Ciudadano, 3 más fueron asignados a excandidatos presidenciales o a gobernador independientes (políticos experimentados). Los 62 distritos restantes, con rentabilidad, fueron repartidos a familiares, miembros de comités, consejeros, exlegisladores y munícipes de los partidos, es decir, 94 % de los distritos rentables se los llevaron las cúpulas partidistas, 5% políticos experimentados no pertenecientes a las cúpulas y 1% se lo llevó un miembro de la sociedad civil, que por cierto ya se salió de la coalición. Esto habla de la nula capacidad de absorción de liderazgos sociales que tienen hoy por hoy PAN-PRI-PRD, que se exponencia con el reparto de posiciones, lo que resulta en la falta de circulación en el sistema político y está dañando al sistema de partidos en su conjunto.

Entonces, el sistema de partidos actual, hoy más que nunca, debe observarse como un sistema de fracciones políticas, entendidas como minipartidos bien organizados, que conviven dentro de los partidos legalmente formados en distintos niveles (federales, locales, municipales).

Justo lo anterior, fue lo que entendió muy bien López Obrador, sobre cómo aprovechar el cambio electoral y se lanzó desde inicios de 2017 a la construcción de un “Acuerdo Político de Unidad para la Prosperidad del Pueblo y Renacimiento de México” en las plazas públicas de todo el país, que tuvo el propósito de suscribir un compromiso con fracciones y actores excluidos de las cúpulas de los partidos tradicionales en cada entidad federativa. Creo que poco se ha estudiado o comprendido el impacto de esta estrategia, como elemento fundamental del ascenso obradorista al poder.

Al respecto, dos opositores entendieron en su momento muy bien, como se realinean estas fuerzas políticas en la actualidad, uno fue México Libre, que se quedó en el camino, y el otro, Movimiento Ciudadano, que sí tiene una estrategia para intentar aprovechar la coyuntura, por ello trata de ampliar su base partidista atrayendo fracciones excluidas de las cúpulas y nuevos actores de la sociedad civil, a sus candidaturas y espacios. Para MC ya pasó el momento más crítico de su estrategia, jugársela en la elección 2021, y la saltó, aunque como es normal, sus esfuerzos al día de hoy son poco perceptibles; igual que los de Morena a esta altura lo eran. Quizá es momento de que el propio PAN voltee a ver la profundidad política de estas estrategias, cuando los opinadores, que, por cierto, no han ganado nada, les digan que, si no hay alianza con el PRI, no hay futuro.