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Rodrigo López San Martín

2 años, las diversas expectativas imposibles de cumplir

ES LA ESTRATEGIA...

Rodrigo López San Martín
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Ayer 1 de julio se cumplieron dos años del contundente triunfo electoral que, tras dos fallidos intentos, llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México.

Si algo ha distinguido a AMLO a lo largo de su carrera, es la consistencia en su discurso. Aún, cuando este no le sumara coyunturalmente a la popularidad que un político siempre desea.

Durante su largo camino hacia la presidencia, lo que cambio fue el contexto, el país, el gobierno en turno y, en consecuencia, los ciudadanos.

Por eso, el mismo discurso que lo hizo competitivo en 2006, no fue suficiente en 2012, pero fue arrasador en 2018. Porque un gobierno, el de Enrique Peña Nieto, manchado de pies a cabeza por la corrupción, provocó un contexto de hartazgo, en el que millones de ciudadanos que por años vieron a López Obrador con escepticismo, decidieron darle un voto de confianza frente a la necesidad de un cambio tan profundo como el que planteaba el hoy presidente.

Así, llegó el contundente triunfo lopezobradorista. Y junto a él, un enorme reto: satisfacer expectativas tan diversas.

Porque para genera confianza en millones para dar ese paso que significó votar por una opción anteriormente rechazada, el equipo de López Obrador se encargó de sembrar un AMLO a modo para cada forma de pensar.

No es una acusación de engaño, es una realidad inevitable cuando en una misma campaña coinciden voceros como Alfonso Romo o Tatiana Clouthier para los sectores más moderados, que matizaban las posiciones del entonces candidato, hablaban de conciliar con los empresarios o de buscar una solución al proyecto del Nuevo Aeropuerto de la CDMX; y Martí Batres o Yeidckol Polevnsky que le hablaban a la base más dura, enalteciendo las posiciones más radicales de AMLO.

Esta era una combinación perfecta para un choque de realidad que, inevitablemente, dejaría insatisfechos a algunos.

Para la noche del 1 de julio de 2018, cuando el anticipado triunfo se confirmó, todo México aguardaba el primer discurso como virtual presidente electo del hombre que, 18 años después alcanzaba su objetivo.

El primer mensaje de López Obrador fue alentador. Conciliador. Llamo a sumar a todos los sectores a su Cuarta Transformación. Reconoció que el valor de su

triunfo pasaba, en gran medida, por un grito desesperado de la sociedad mexicana a limpiar de corrupción la vida pública de México, reconoció incluso el mensaje de sus adversarios y llamó a no buscar revanchismos políticos, sino mirar hacia el futuro.

La transición fue, quizá, la más tersa del México democrático. La cercanía y cordialidad entre gobierno saliente y el entrante llamó la atención del mundo y nos hizo sentir que, con el anhelado triunfo de la izquierda, nuestro país alcanzaba la consolidación democrática. Así, López Obrador llegó al poder 5 meses después con una popularidad aun mayor que la de julio.

Pero, rápidamente, los problemas cotidianos y estructurales de México pusieron al presidente en una encrucijada con sí mismo, donde el opositor, el luchador social antisistema, se impuso al líder político con altura de miras: frente a los problemas, las críticas y las crisis, AMLO ha ido, cada día más, amotinándose con su base más dura y renunciando a la simpatía de los moderados que habían consolidado su triunfo electoral.

Hacia adelante parece que López Obrador está decidido a seguir por ese camino. La matemática electoral puede darle razones porque su base más fiel, en una elección de baja participación, puede alcanzarle para lograr la mayoría legislativa que busca para la segunda mitad de su gobierno.

Pero quizá es momento en que el presidente piense en su legado. En volver a incluir en su Cuarta Transformación a aquellos que, sin ser incondicionales, tampoco debe echar de forma simplista en el saco de los corruptos o enemigos de la transformación. Porque así de plural como construyó su campaña para alcanzar la presidencia, así es México.