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Valeria Villa

Se acabó Succession

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Con los ojos abiertos” fue el nombre del último capítulo de una de las series más interesantes en la historia de la televisión, que no constituyó un fenómeno masivo, porque se trató de una apuesta de dirección y de guion poco complaciente y bastante incómoda. Un producto televisivo espléndido, inmejorablemente escrito, actuado y dirigido.

Desde la perspectiva terapéutica, Succession es una clase maestra sobre el impacto del abuso en la vida adulta. Sobre el trauma, como la huella que deja la violencia física y psicológica. Aborda el mensaje dominante de las paternidades narcisistas sobre nunca ser suficiente. También habla sobre la repetición trágica de un padre lastimado, víctima de trauma y de maltrato que repite el horror con sus hijos.

Hablar de narcisismo es hablar de dos asuntos: la indiferencia hacia los otros y la agresión sin límites de quien no siente nada por los demás. Es la imposibilidad de vincularse con otro objeto que no sea el yo.

En la familia Roy prevaleció la pedagogía de la crueldad, que como la define Rita Segato son “todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas”. Este mecanismo despoja de su humanidad, sobre todo, a las mujeres, que son utilizadas como bienes de consumo sexual para después desecharse. Esta idea de Segato está cerca del concepto de NRPI, que tuvo a bien señalar Mauricio González en su ensayo en Letras libres (https://letraslibres.com/cine-tv/mauricio-gonzalez-lara-marca-personal-succession-t4-3/) y que es el acrónimo de “no real person involved” (ninguna persona real involucrada) que los Roy usan para describir “incidentes” como muertes de trabajadores anónimos que no se consideran personas. Este término es un derivado del que utilizaba la policía norteamericana en los sesenta, para referirse a accidentes o muertes de ciudadanos negros. La serie nos ha mostrado al capitalismo salvaje, ese que asesina personas y desaparece las evidencias del crimen, porque tiene todo el dinero para comprar a la justicia.

Kendall Roy (un impresionante Jeremy Strong) crece con la ilusión de suceder al padre en la dirección del gran reino de Waystar-Royco, pero su padre sabía que no tenía la capacidad. Su intento fallido de “matar al padre” es el motor de todas las temporadas. Sus hermanos, Shiv y Roman, también juegan el juego que el padre les propone: competir por la sucesión. Sin embargo, el padre nunca estuvo dispuesto a confiarles lo que había construido. Sabía que eran niños mimados, sobreprotegidos e incapaces de autonomía. El narciso cree que sólo él puede hacer las cosas bien y casi se concibe inmortal.

Antes de morir, deja sentadas las bases para que la empresa quede en manos de Lukas Mattson, un anarcocapitalista dedicado a la tecnología. Roy parecía confiar más en este hombre que en cualquiera de sus hijos.

La agresión es una fuerza que está presente en todas las familias, como una pulsión de destrucción pero también como búsqueda de la individualidad. Lo único que la contrarresta y la modula es la posibilidad de la compasión como uno de los sentimientos más específicamente amorosos. La familia Roy no tenía amor para contrarrestar el odio. No tenía compasión para combatir la crueldad.

Succession nos permitió asomarnos al mundo del 0.001 por ciento de la población mundial, que decide el destino del planeta mediante alianzas comerciales y cercanías inmorales con los gobiernos de todo el mundo. Personajes al margen de la ética, que normalizan la cosificación de las personas, su uso y desecho, y que hacen del poder el único motor existencial.

Los hijos nunca pueden matar al padre ni real ni simbólicamente. Son incapaces de negarse a jugar el juego que el padre propone. Logan Roy, además de narcisista, es particularmente sádico, poque les promete a los tres algo que jamás les dará: su amor y el trono.

Este retrato de tres bebés del nepotismo nos deja ver su falta de carácter, su incapacidad para concebirse en un mundo al margen del imperio del padre y en consecuencia, su absoluta impotencia. Una tragedia sadomasoquista, perfectamente verosímil y congruente, que termina cuando los hermanos Roy son capaces de abrir los ojos: no son nada, fueron aniquilados por el padre.

Succession se atrevió a ser burda, grotesca, a veces repugnante y aunque nos guste buscar en la televisión la bondad y a los héroes, tan escasos en la vida real, estos personajes detestables y monstruosos despertaron nuestra empatía y los llegamos a querer y a entender. Porque tienen algo de nosotros, de los aspectos infantiles, masoquistas, depresivos, de nuestras fantasías de gandiosidad, de nuestras pulsiones de muerte y del deseo muchas veces frustrado de ser vistos, reconocidos y amados por nuestros padres.

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