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Valeria Villa

Cuando amar enferma

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Una cura mediante el amor es una de las tantas cosas que se dicen sobre el psicoanálisis. El amor es uno de los motores de la vida y la gente se enferma por no poder amar o por amar de un modo tal que todos salen lastimados. No hay escapatoria: el que ama sufre y el que no ama enferma, dijo Freud.

Una de las formas de amar que enferman es pensar obsesivamente en lo que los demás quieren o necesitan. Este modo de vínculo es consecuencia de una personalidad dependiente, que se distingue por una necesidad de aprobación y de reconocimiento externo fuera de lo normal y proporcional a la falla narcisista. La falla narcisista significa que la persona tiene un agujero en su amor propio y necesita ser vista y reconocida para compensar la fragilidad en la estima de sí. La falla narcisista da lugar a una duda constante sobre el valor propio pero también sobre la existencia. Si los otros me necesitan y me reconocen como indispensable, existo. La patología es siempre un asunto de grado. Todos necesitamos la mirada y la confirmación, pero la personalidad dependiente las necesita para existir. Que alguien sea siempre amable, generoso y cooperativo, despierta admiración pero también suspicacia. La unidimensionalidad de la personalidad suele ser consecuencia de aspectos enterrados de la personalidad que tuvieron que reprimirse por sobrevivencia. Hay niños y niñas que sólo siendo encantadores y seductores, podían salir adelante en medios hostiles o de mucho abandono. Algunos codependientes logran conectarse con su agresión y estallar cuando sienten que nadie les agradece lo que hacen. Esto puede ser el principio de un gesto de salud.

El codependiente está convencido de que las personas a las que ama lo necesitan para vivir, pero es al revés. A veces de modo voluntario, a veces de forma inconsciente, se vuelve víctima de explotación. Porque da sin medida y sin límites y parece no necesitar nada para sí mismo. Todas sus relaciones están desequilibradas porque siempre da más: escucha, apoyo, dinero, atención, amor. Puede ser entonces que por eso tenga una debilidad por las personas en problemas, por los frágiles, por los adictos a las sustancias, por los que tienen la vida rota y necesitan que alguien los salve, por los fríos y distantes que parecen no querer a nadie y a quienes ellos fantasean con cambiar gracias a su amor. Los fuertes y autosuficientes no son buenas parejas ni amigos de estos adictos a las personas. Es deseable amar a quien nos ama, ser generoso con quien lo es con nosotros, pero nunca indiscriminadamente y sin filtro. Nunca dar sin esperar nada a cambio. Las parejas, amigos, hijos y padres de codependientes, necesitan la incondicionalidad pero también se sienten asfixiados. Si el amor y la solidaridad no tienen límites, a veces aparecen el abuso y la crueldad. No deberíamos estar siempre disponibles, a menos que del otro lado encontremos la misma disposición. El amor debe basarse en la reciprocidad.

¿Cómo curarse? La tarea fundamental es diferenciarse y dejar de hacerse responsable de las vidas de los otros. Encontrar cuál fue la mirada de aprobación que falló y reparar esa falta internamente. Aprender a preguntarse qué se quiere y se necesita, al margen de los hijos, la pareja y los amigos. Explorar el mundo interno y el yo abandonado. Aprender a poner distancia emocional cuando sea necesario. Dejar de desperdiciar la vida intentando adivinar lo que le pasa a los demás. Dejar de culparlos por la felicidad o infelicidad personal y hacerse responsable de la propia vida de modo radical. Dice Erich Fromm: “Si estoy ligado a otra persona porque no puedo pararme sobre mis propios pies, ella puede ser algo así como un salvavidas, pero no hay amor en tal relación. Paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar”. En 1958, Winnicott escribió “La capacidad para estar a solas” explicando cómo el amor del cuidador primario queda impreso en el corazón del niño y lo acompañará para siempre. La certeza de este amor le permitirá vagar por el mundo, arriesgarse, aventurarse, vivir.