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Valeria Villa

La pérdida de la realidad

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Todos negamos un poco la realidad porque muchas veces está en conflicto con lo que queremos o con lo que podemos soportar. En un breve artículo de Sigmund Freud titulado La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis (1924), el médico de Viena establece las diferencias entre la neurosis y la psicosis de acuerdo a la relación con la realidad: el psicótico reemplaza la realidad con otra construida por él, mediante alucinaciones y delirios. Se muda a vivir dentro de su mente y abandona la realidad exterior. El neurótico reconoce la existencia de una realidad externa y renuncia a actuar al margen de ella. Acepta que sus deseos no pueden cumplirse del todo y recurre con frecuencia a la fantasía para fugarse de tanta realidad. Freud afirmaba que el neurótico conserva el principio de realidad y se rige por él y el psicótico queda a merced de su parte más primitiva. Esto no quiere decir que el vínculo de los neuróticos con la realidad no pueda estar parcialmente perturbado en circunstancias particulares: la persona que amamos no nos ama. El trabajo ideal parece no existir. La persona que murió no va a regresar nunca aunque durante el período agudo del duelo se aparezca en sueños o incluso en alucinaciones.

Es posible tomar partido por lo que queremos o por la realidad y aquí aparecen las diferencias entre neurosis y psicosis: si se elige la realidad, aparece la neurosis, con síntomas, angustias, dolores y algún pequeño delirio de vez en cuando, como creer que nos despidieron del trabajo porque el jefe nos odia y no porque no dimos los resultados que se esperaban. Pensar que alguien que no nos quiere, en realidad nos ama en silencio o tal vez no se ha dado cuenta de que estamos hechos el uno para el otro. Estas fabricaciones sirven para soportar la realidad. En la psicosis se toma partido por lo que se cree y se niega lo que es real e insoportable. Como la viuda que después de 20 años sigue poniéndole su lugar en la mesa al marido muerto, esperando que llegue a comer.

Todos nos podemos volver un poco locos, en el sentido de asumir posturas o posiciones locas: Carmen tiene una relación persecutoria con su cuerpo, al que pesa, mide, vigila y alimenta con sentimientos de culpa. A veces siente que enloquece porque la imagen que le regresa el espejo es la de una mujer de un tamaño mucho más grande que el que realmente tiene. Dice que se siente loca porque en cuanto termina de comerse un pan o un pastel, la culpa la invade y el día se vuelve oscuro. Jorge pierde el control con frecuencia. El enojo es una forma de la locura porque sustituye al pensamiento. Para él es imposible pensar o detenerse de decir algo hiriente cuando la chispa de la ira se enciende. Se siente un poco loco después sus episodios de cólera. Mercedes aprovecha cuando su marido se mete a bañar para revisarle el teléfono. Lo hace por temporadas, cuando se siente insegura de sí misma o cuando la relación no pasa por un buen momento. En lo único en lo que piensa durante estos episodios es en buscar algún indicio de infidelidad. Se pasa madrugadas enteras leyendo mails, chats, comentarios en las redes, intentando encontrar una traición.

Raúl sufre de impotencia pero sólo cuando está enamorado o cuando se trata de una mujer que le importa. Si es una relación casual, algo de una sola noche, su potencia está intacta. No entiende por qué se divide en dos hombres, uno potente con mujeres que no ama y otro impotente con las parejas importantes. Su respuesta sexual es un enigma que lo enloquece. Es fácil pintar una raya muy gruesa entre nosotros y los psicóticos, que viven en una realidad paralela. Nos gusta pensar que no estamos locos pero existe un potencial de locura en la mente de todos.