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Valeria Villa

Con la misma piedra: sobre la repetición

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Uno de los misterios de la vida es la repetición compulsiva de actos que parecen surgir de un lugar de fantasmas. Es difícil entender por qué aparecen ciertas sensaciones de pesadez, vacío y desolación o padecer enfermedades psicosomáticas cuya única explicación es que hay un factor emocional que las desencadena.

En uno de sus ensayos más conocidos, Recordar, repetir, reelaborar (1914), Sigmund Freud habla de la necesidad de recordar lo reprimido para dejarlo de repetir en forma de síntomas neuróticos como por ejemplo fobias y obsesiones. Más adelante, en los años veinte, corregiría su versión original sobre la pulsión que se dirigía exclusivamente a la búsqueda de lo placentero, al observar que también había en los pacientes indicios de una pulsión de muerte, manifestada en contenidos oníricos traumáticos y en la búsqueda masoquista del sufrimiento. La repetición está muy cerca de la pulsión de muerte, que es un monto de energía que tiende a la desaparición, a desear volver a ser nada, que destruye hacia adentro y hacia fuera, con evidencias como las conductas autodestructivas, la guerra, la destrucción del planeta.

No sólo se repite lo que se recuerda. También se repite en lugar de recordar y en algunos casos, la repetición se vive como un destino. Hay quienes se sienten atrapados por un destino, por un tiempo detenido y coagulado. En el artículo Entre el recuerdo y el destino: la repetición (2017), Norberto Carlos Marucco establece la importancia de pensar en el problema fundamental del psiquismo sobre lo representado, lo no representado y lo irrepresentable. Somos una casa embrujada habitada por fantasmas, que en lenguaje analítico se llaman objetos internos. Lo que hemos perdido se conserva en la identificación con esos objetos. El bebé que pierde el pecho de la madre, se convierte en el pecho de la madre, es decir, vivimos pareciéndonos a nuestra madre o a nuestro padre. Marucco introduce en su reflexión sobre lo no representable el concepto del fantasma en Jacques Lacan, que es un tipo de relación de objeto: un objeto del deseo queda incorporado en el yo y lo mueve a la acción, en la palabra, en los sueños, en los síntomas, de modo incontrolable, espontáneo y no planeado. Según Lacan, hay un goce en la repetición, una ganancia masoquista de la que Freud habló en Más allá del principio del placer (1920): la repetición remite a la búsqueda activa del sufrimiento, al reencuentro con lo traumático en los sueños y no sólo a manifestaciones del deseo como fijación al placer.

Lo que hemos perdido se conserva a través de la identificación, en muchos casos sin que haya recuerdos ni palabras que puedan vincular sensaciones de agonía primitiva o de vacío que no están atadas a ninguna experiencia.

¿Qué es lo que se resiste al recuerdo, a la palabra, en suma a la representación? Algo vivido en la edad temprana y olvidado luego, algo que el niño vio u oyó en la época en que era apenas capaz del lenguaje.

Por eso hay que construir narraciones donde no las hay, trabajar en la desidentificación, por ejemplo, con una madre depresiva o un padre alcohólico, pero no de modo lineal como sería afirmar que la hija es depresiva por identificación con la madre, sino en actos y síntomas tal vez más sutiles. Por eso hay que trabajar contra las identificaciones primarias pasivas que han aplastado o borrado la libertad y la pulsión de vida. Algunas personas sienten a veces que viven un destino que no están eligiendo, algo fantasmático, casi demoniaco, que los hace actuar más allá de su voluntad: ¿por qué tropiezo una y otra vez con la misma piedra?, ¿por qué por más que me doy cuenta no lo puedo evitar?, ¿por qué el tiempo de hoy es igual al de ayer y será igual al de mañana? Green lo llamó el asesinato del tiempo. Otra vía de expresión de lo inconsciente y no representado es el pasaje al acto y la somatización. Por eso construir significados es fundamental, de lo contrario, se va por la vida, literalmente, tropezando, enfermando, accidentándose y hasta perdiendo la vida prematuramente, habitando escenarios de dolor que en otro momento fueron inevitables pero que ahora se eligen de modo incontrolable. Como si no viviéramos y más bien fuéramos vividos por algo que queda más allá de nuestra comprensión. Para eso sirve analizarse en terapia: para que las huellas del pasado se descifren y no sólo encuentren expresión en el acto, en una manera de ser en la vida.