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Valeria Villa

Los retratos del deseo*

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

La palabra deseo tiene más de un significado, no hay una sola versión. Por una parte, el deseo define lo más propio del sujeto, lo esencial de su vida y al mismo tiempo, su experiencia no es identitaria ni de dominio ya que el sujeto nunca es el amo de su propio deseo. Esta contradicción se explica por la existencia del sujeto del inconsciente: no soy yo quien desea sino que es el deseo quien desea más allá de mi yo.

Existe una dimensión metonímica y otra amorosa en el deseo. El carácter metonímico del deseo consiste en deslizarse compulsivamente de un objeto a otro sin jamás encontrar paz. El deseo no sólo es deseo de reconocimiento sino hambre de algo más, de otra cosa, de lo nuevo. Se parece al exilio permanente que jamás puede encontrar la satisfacción que busca afanosamente. Esta dimensión del deseo contrasta con la experiencia del encuentro del amor, que tiene el poder de detener la fuga metonímica del deseo mismo. El nombre del amado no puede ser sustituido por otro nombre, su cuerpo resiste a ser reemplazado por otro cuerpo. El deseo amoroso hace que el objeto del deseo sea irremplazable, único e irrepetible. El deseo amoroso siente la necesidad del “para siempre” aunque se sepa contingente. El goce de la muerte y de la destrucción que encontramos en las toxicomanías, no puede ser confundido, por ejemplo, con la excitación del goce sensual de un cuerpo que el milagro del amor hizo insustituible.

El deseo de otro lugar. El deseo de otro lugar es el retrato de una oración y no sólo es reflejo de la dimensión permanentemente insatisfecha de la naturaleza humana. También recuerda que sin la apertura del deseo, sin el poder de la invocación del otro lugar, la vida se marchita, se extingue, deja de ser una vida humana, clavándose estérilmente en el simple hecho de existir. El deseo está asociado a la oración, a la invocación de otro lugar, pero también a la disipación, al impulso de gozar, al gasto innecesario, a la carrera hacia la propia destrucción. No sólo la oración sino también la vigilia, la espera, la rebelión, el aburrimiento, la claustrofobia, el pánico, todos aluden a esta dimensión de otro lugar.

La espera y la vigilia traducen la esperanza y la promesa de que habrá un porvenir, que no todo está escrito, que hay lugar para lo que aún no se ve y conoce, para un horizonte diferente del mundo. La rebelión señala la ruptura con lo existente, surgida de la indignación y de la crítica a lo establecido. La rebelión no señala un estado ideal, no añora un futuro armonioso e inalcanzable, como sucede en la utopía. Exige la posibilidad del porvenir, de una vida futura, la presencia de un horizonte. También el aburrimiento, el pánico y la claustrofobia son, a su manera, invocaciones de otro lugar. El aburrimiento no sólo es el reverso de la rebelión, sino también en cierta forma su razón más esencial. En el aburrimiento el sujeto experimenta el carácter opresivo de la rutina y su absurda comodidad. La vida que está realmente aburrida es la vida que está dispuesta a la oración y a la rebelión, es la vida que se abre hacia otra cosa, a la necesidad de otro lugar. Cuando se manifiesta el aburrimiento, se revela la ausencia del oxígeno del deseo, que hace que el aire sea respirable, empujándonos hacia una ventana, a una nueva posibilidad de respirar.

En la claustrofobia, aparece la necesidad de escapar de lo familiar, de la repetición de lo mismo, del vínculo con lo cerrado. El amurallamiento hace surgir la necesidad de la apertura, de la circulación del oxígeno del deseo, de la invocación de lo abierto.

En la experiencia del pánico, todas nuestras referencias habituales son engullidas por una oscuridad sin fondo en un túnel que no permite escapar. El sujeto se siente encerrado en su propia impotencia. La crisis de pánico señala la aparición del deseo respecto al cual el sujeto permaneció en una posición defensiva. El pánico rompe las defensas, abre la puerta a la irrupción del deseo, sacude y hace titubear el control del yo. Puede representar una oportunidad para que el sujeto se dirija a otro lugar, hacia aquella otra cosa que hace que la vida sea vivible.

* Subrayados del libro Los retratos del deseo, de Massimo Recalcati (2018), publicado en español en 2022 por la editorial mexicana Paradiso Editores.

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