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Valeria Villa

Soltar es duelear

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El paso del tiempo no lo arregla todo y nada desaparece como por arte de magia. Pueden ser muchas cosas las que se quedaron pendientes de procesar: la muerte, una relación rota, una etapa de la vida muy dolorosa que persigue después de muchos años, la pérdida de la salud, un amor frustrado, toda clase de oportunidades desperdiciadas. Es cómoda y conveniente la idea de soltar las cosas como si sólo se tratara de abrir las manos y dejar ir lo que duele, lo que falta y se extraña, lo que incomoda y de lo que se huye. También la persona que uno pensaba que era pero que ya no es. Las vivencias infantiles y adolescentes que nos formaron y que suelen arrastrarse como patrones de conducta, de elección de pareja, de historias que no sólo acompañan como recuerdos sino que son lastres. Abrir las manos y dejar ir suena poético y deseable pero no es así como el mundo psíquico se reacomoda.

Después de 25 años, Elena perdió a Juan, su marido. Él era el saludable de la relación, el deportista, el que no fumaba y cuidaba su alimentación, pero una mañana sufrió un infarto fulminante y murió. Ella está perdida en un mundo sin él. Se quedó sin palabras, sin ganas, sin idea de futuro. La gente cercana y querida le aconseja que siga adelante, que no detenga su vida, que si hace cosas que la hacen feliz el duelo será menos duro. La gente le dice que suelte a Juan. La verdad es que no hay nada, por ahora, que la ayude a huir del dolor. Todavía no puede soltar a Juan porque no quiere. Porque se aferra a su vida cuando él estaba vivo. Qué importante respetar su tiempo y no querer apurar al dolor.

Roberto fue el padre sustituto de sus hermanos cuando sus padres se divorciaron. Tenía 15 años cuando el padre se fue. La madre tuvo que salir a trabajar doble turno para darles de comer y él se convirtió en la figura paterna para todos en su casa. Se perdió las fiestas de la preparatoria y de la universidad. No podía ser un muchacho despreocupado. Se acostumbró a ser prudente, a cuidar, a pensar en su madre y hermanos antes que en él mismo. Veinte años después, no ha podido soltar la identidad de figura paterna, que en el pasado fue útil pero que hoy es un estorbo para relajarse, divertirse y vivir menos agobiado por las responsabilidades.

Soltar es dejar ir, es hacer un duelo por algo que ya no forma parte del presente. Soltar no es producto de una decisión repentina. Cuando se dice trabajo de duelo se enfatiza su cualidad de proceso, lento, difícil y a lo largo del tiempo. No se puede soltar en cualquier momento lo que fue importante. Tampoco sirve aferrarse a la vida como era. Hay que honrar el pasado, darle su lugar, aclarar lo que se aprendió, despedirse de quienes ya no están, incluidos nosotros que nunca somos exactamente los que fuimos. Soltar es hacer duelo y el duelo requiere de tiempo y de lenguaje. Hace falta declarar lo que se ha perdido para poder decir adiós, para mantenerse vivos, bien y despiertos.