Bibiana Camacho

“Algunos taxistas son excelentes narradores, relatan con destreza los encuentros y experiencias durante los frenéticos trayectos en esta ciudad caótica. Otros son más bien taciturnos y poco comunicativos, pero a veces realizan confesiones. Y hay a los que les gusta fungir como psicólogos improvisados que a la menor provocación dan consejos basados en sus experiencias que, aseguran, son únicas”. Los taxistas son los sorpresivos protagonistas de esta crónica urbana que nos ofrece Bibiana Camacho

Viajar en taxi una ciudad y un mundo

Autora de tres libros de relatos singulares por su tono, su atmósfera y sus personajes poco comunes como Tu ropa en mi armario, La sonámbula y Jaulas vacías, Bibiana Camacho da vida en este cuento que ofrecemos a los lectores a un objeto mineral, un “regalo” indeseado que viaja de mano en mano de abuela a madre y de madre a hija. Un mono que puede convocar las peores pesadillas, las peores carcajadas, el mejor de los alivios

El mono de obsidiana

Es un fermento, una podredumbre. La fuerza de lo perverso radica en su esencia magnética, que provoca lo mismo náusea, rabia, miedo, asombro. Nos fascina. Lo repudiamos. Las artes siempre han puesto el ojo en las manifestaciones de lo maligno, con el fin de arrojar luz sobre lo prominente de su atractivo a lo largo de los siglos. Un caso paradigmático es El exorcista, cinta de 1973 que cumple medio siglo, dirigida por el recientemente fallecido William Friedkin. Y otras tres películas de esa época indagaron en el mismo motivo, según propone Bibiana Camacho: Los demonios, El hombre de mimbre y No mires ahora, basadas a su vez en obras literarias inquietantes. ¿Cuánto nos reconocemos en ellas?

¿Será que el mal existe porque existimos?

Asomarse a una biblioteca es husmear una intimidad. Como quien nos invita a su cuarto propio, la ensayista Bibiana Camacho recorre su camino lector: figuran afinidades con Quiroga, Mansfield, Hustvedt; el amor al libro como objeto; las resonancias entre la lectura y el viaje; los afectos contradictorios que ciertos libros despiertan al releerse. Para la autora que ha leído más por intuición que por dictado académico, no todo acontece al pasar el ojo por las páginas: “observar el mundo con detenimiento es otra forma de leer"

Apuntes sobre la lectura

“En su época, una melancólica significaba una poseída por el demonio”, escribe Alejandra Pizarnik en La condesa sangrienta. En la historia ha sido fecunda la ecuación mujer no convencional = endemoniada o, simplemente, loca. Bibiana Camacho recuerda casos de escritoras notables —la propia Pizarnik, Alda Merini, Charlotte Mew, Janet Frame, Sylvia Plath—, fustigadas a partir de diagnósticos acaso dudosos. ¿Padecieron problemas mentales o se les castigó por no ajustarse a lo que esperaba de ellas la sociedad patriarcal?

El miedo a enloquecer

Al inicio de la pandemia, bailarines y coreógrafos del mundo se vieron —como todos, cada uno desde su trinchera— ante el pasmo. Su instrumento, el cuerpo, demanda una práctica continua, a riesgo de perder la plasticidad lograda en años. Al replegarse en sí mismos y prescindir de los ensayos colectivos, comenta Bibiana Camacho en este ensayo, poco a poco lograron resignificar la sintaxis de ese arte, además de darle un nuevo sentido al dolor físico, inherente al ejercicio dancístico.

La metamorfosis del dolor

En este relato, la autora de Jaulas vacías explora una zona tocada por la ambigüedad, las disolvencias donde el mundo tangible se confunde con la alucinación, a raíz del impacto causado por un accidente vial. Entre las secuelas, signos diversos recorren el cuerpo y la conciencia del protagonista, sin descartar sueños recurrentes o lo que percibe como un don premonitorio. Mientras tanto, la memoria se difumina, hasta borrar las fronteras entre la realidad y el deseo.

El fantasma de la melancolía

“Hoy son las manos la memoria. / El alma no se acuerda, está dolida / de tanto recordar. Pero en las manos / queda el recuerdo de lo que han tenido”, escribió el poeta español Pedro Salinas. La imagen es precisa: en gran medida, el tacto y las emociones vinculadas a la piel son depositarias de nuestros recuerdos, son eje inamovible de la interacción social, la supervivencia, el vínculo con otros. Este ensayo reflexiona sobre el hambre de piel que estamos padeciendo ante el impedimento de tocarnos y abrazarnos.

Estamos en contacto

¿Qué necesidades profundas satisface ir a comprar ropa a Zara tan pronto como alguien puede dejar la cuarentena? ¿Cuánto revela sobre la sociedad global ese acto de consumo aparentemente fútil? ¿Realmente ejercemos nuestra libertad al decidir llevarnos a casa tal o cual producto? ¿De qué modo esas conductas hallan eco en el capitalismo voraz y la vigilancia extrema que, todo indica, serán signo de los tiempos por venir? La crisis del Covid-19 lleva a Bibiana Camacho a ensayar algunas respuestas.

Normalidad y goce del autoesclavismo