La vida es ritmo, es velocidad. De hecho, el primer síntoma de que algo falla es cuando percibimos que el ritmo se pausa: cuando el corazón late más deprisa o más despacio de lo normal, cuando nuestros miembros no responden tan rápidamente como queremos a nuestras órdenes, cuando los pensamientos fluyen con mayor lentitud.
Buena parte del reloj interno del ritmo de nuestra vida reside en una de las herramientas más veloces que ha construido la naturaleza: el cerebro humano.
Si pudiéramos filmar a cámara lenta un segundo de nuestras vidas, veríamos que el cerebro ocupa ese tiempo para convertirse en un hervidero. En un segundo cada neurona se conecta con otra unas 200 veces, eso quiere decir que registra unos 20,000,000,000,000,000 de bits de información por segundo (20 trillones de impulsos llenos de información). Por poderosa que sea ninguna máquina puede imitar esa velocidad.
De hecho, científicos del Instituto de Tecnología de Okinawa trataron de reproducir en un ordenador la actividad de un segundo de vida cerebral. Se requirieron 83 mil procesadores con la mayor potencia de cálculo posible y 40 minutos de trabajo para acercarse a la eficiencia de un solo segundo de nuestras neuronas.
A pesar de la inaprensible velocidad a la que corren las informaciones por nuestra red neuronal, una experiencia puede tardar hasta seis horas en consolidarse como un recuerdo a largo plazo. La memoria es mucho más lenta que el pensamiento.
Un componente fundamental de nuestra experiencia consciente, el sistema nervioso, es mucho más veloz aún. Los nervios están formados por haces de fibras nerviosas, que transmiten potenciales de acción hacia el sistema nervioso, o desde el sistema nervioso hacia los músculos.
Sin embargo, no todas las fibras nerviosas son iguales. Algunas son de mayor diámetro, y éstas en general transmiten el potencial más rápidamente, el potencial de acción en las fibras más gruesas se transmite a la velocidad de 120 metros por segundo, la velocidad de un coche de fórmula 1.
En las fibras más finas, en cambio, la velocidad de transmisión es de medio metro por segundo, la de un hombre caminando, en cuanto a la experiencia sensible, según un estudio realizado por la neuróloga Mary Potter, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), podemos procesar una imagen en apenas 13 milisegundos.
La vista es el más rápido de nuestros sentidos, mientras que el más lento es el gusto: 500 milisegundos se tarda en identificar un sabor, ya que debe unirse información relacionada con el olfato y el tacto y unirla a los datos que ofrecen los termorreceptores (como en el caso de la comida picante).
[caption id="attachment_920612" align="alignright" width="960"] Representación gráfica de las neuronas / Foto: Pixabay[/caption]
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