Científicos que investigan los misteriosos orígenes de los rayos cósmicos han descubierto una partícula extremadamente rara y de alta energía, que creen provino de más allá de nuestra galaxia, la Vía Láctea.
La partícula que fue detectada el 27 de mayo de 2021 por el observatorio de rayos cósmicos conocido como Telescope Array en el desierto occidental de Utah, Estados Unidos, y fue nombrada Amaterasu en honor a la diosa del Sol en la mitología japonesa.
Según una investigación publicada este jueves en la revista Science, esta partícula rivaliza con el rayo cósmico más energético previamente observado: la llamada partícula "Oh-My-God", descubierta en 1991.
La Amaterasu tuvo una energía calculada de aproximadamente 244 exaelectronvoltios. En tanto, la partícula "Oh-My-God", detectada hace más de 30 años, tenía 320 exaelectronvoltios.
Aunque los rayos cósmicos de baja energía pueden provenir del Sol, los de energía extremadamente alta son excepcionales y se cree que viajan a la Tierra desde otras galaxias y fuentes extragalácticas.
De acuerdo con el coautor del estudio John Matthews, la Amaterasu parece provenir de un área vacía del espacio conocida como el Vacío Local, un área vacía del espacio que bordea la Vía Láctea.
Por lo anterior, se espera que una expansión del Telescope Array proporcione más información cuando esté completa.
"Si se toman los dos eventos de mayor energía —la que se acaba de descubrir y la partícula "Oh-My-God"— ni siquiera parecen indicarnos nada. Debería ser algo relativamente cercano. Los astrónomos con telescopios visibles no pueden ver nada realmente grande y realmente violento", dijo Matthews.
"Proviene de una región que parece un espacio vacío local. Es un vacío. Entonces, ¿qué diablos está pasando?".
Cabe señalar que aunque la atmósfera protege en gran medida a los humanos de los efectos dañinos de estas partículas, a veces causan fallas en las computadoras.
Además, las partículas, y la radiación espacial en general, plantean un mayor riesgo para los astronautas, con el potencial de causar daños estructurales al ADN y alterar muchos procesos celulares, según la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés).