La CDMX es una muy espesa selva urbana, tanto así que ONU Hábitat la considera la quinta más grande del mundo, con más de mil 600 kilómetros cuadrados, incluso es más extensa que unos 25 países. Aun así, tiene espacio para el campo y la agricultura, y no poco, en 59 por ciento de su territorio se cultivan y producen hortalizas, plantas ornamentales, nopales, magueyes, avena y maíz.
De este casi 60 por ciento de territorio rural dependen hombres y mujeres que, con falta o exceso de lluvia no paran de trabajar, incluso a pesar de la pandemia del Covid-19. Ellos no pueden darse el lujo de quedarse en casa; aunque su jornada de trabajo no ha cambiado, sus ingresos sí.
Con la emergencia sanitaria, los pequeños productores chilangos, que venden los alimentos que cultivan en mercados verdes, tianguis y la Central de Abasto de la CDMX –que tuvieron que cerrar–, viven una competencia desproporcionada con los centros comerciales, que, en contraste, no han parado.
Aunque los agricultores de la CDMX forman parte de las actividades esenciales que no se suspenden con el semáforo rojo, muchos restaurantes a los que solían abastecer o cerraron o disminuyeron los lotes de compra, particularmente en las alcaldías Benito Juárez, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo.
MENOS PUNTOS DE VENTA, MÁS COMPETENCIA
Héctor Hugo Peña tiene 46 años y en 35 de ellos se ha dedicado al campo, en San Andrés Mixquic, uno de los siete pueblos originarios de la alcaldía Tláhuac. En sus parcelas cultiva brócoli, verdolaga, acelga, espinaca, rabanito y romeritos, que reparte en los mercados verdes de la CDMX, pero ante la disminución de sitios dónde vender, por la pandemia, muchos productores compiten por dar salida a su cosecha en un punto de venta primordial, la Central de Abasto.
Este complejo de mercado mayorista, que abastece 80 por ciento de alimentos que se consumen en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), ha sufrido saturación de vendedores, por lo que, con las autoridades capitalinas están en busca de otros espacios para comerciar, como el Centro Histórico de la capital o la colonia Del Valle.
“Ha sido un poco difícil. Pedimos a Dios que la gente salga por sus insumos para la comida, esperemos que haya una oportunidad, porque si no la hay, si no tenemos dónde venderlo, sí será muy difícil sacar toda la producción, aunque haya apoyos del Gobierno”, señaló en entrevista para La Razón.
LA COMIDA SOBRA PORQUE NO HAY CONSUMIDORES
Los romeritos, emblemáticos de la temporada de fin de año, son ejemplo actual de la sobreproducción de alimentos, pues en medio de la pandemia hay menos consumidores. El problema se hace más grande cuando, por lo mismo, los precios se abaratan más de la cuenta.
De por sí, los romeritos no cuestan mucho, un bulto de 40 kilos se vende en 100 pesos. Al no haber mercado, tampoco habrá manera de recuperar la inversión. Por cada hectárea, los productores gastan 40 mil pesos desde la siembra hasta la cosecha.
Los productores del campo de la CDMX viven sólo de sus ventas, por eso insisten en el llamado a los capitalinos consumir lo que ellos producen, pues ya están al borde de un punto de quiebre, como dijo a este medio Crescencio Hernández, otro productor de hortalizas en San Antonio Atlapulco, Xochimilco.
Junto a otras cinco personas, Crescencio forma parte del colectivo EcoQuilitl, que impulsa la producción de alimentos en chinampas, un método prehispánico con la que floreció la civilización en torno a este lago.
La organización campesina produce, bajo esta técnica, espinacas, acelgas, lechuga, rábano, romeritos, verdolagas y nopales, principalmente, todos libres de químicos. También tienen huevos y productos elaborados a base de maíz, como tortillas, tlacoyos y sopes.
Antes de la pandemia, contó a La Razón, contaban con una lista de 80 clientes a quienes vendían lotes de verduras y hortalizas. Ahora, esa cartera se redujo a la mitad, el semáforo rojo en la Ciudad de México también los obligó a descansar hasta después del 6 de enero, porque no pueden acudir a los mercados verdes que frecuentaban para venta.
Pero el agricultor aclaró que ese descanso sólo corresponde a su actividad comercial, porque el cuidado de las hortalizas y verduras es permanente, la producción no para con pandemia o sin ella.
“Aquí que no hay una merma, no dejamos de trabajar; pero no hemos comercializado. Nos hace falta la reactivación de la economía para pagarle a nuestros colaboradores, tratamos de mantener los clientes lo más que podemos”, por lo que pidió a los consumidores no regatear, por ejemplo, a los vendedores de carretilla, porque hay un esfuerzo muy grande detrás de sus lechugas, de sus rábanos y de sus brócolis.
GOLPEA A MÉTODOS ALTERNATIVOS
Algunos jóvenes emprendedores han optado por la hidroponía, una manera distinta de cultivar alimentos que no requiere suelo. Aunque muchos de ellos incursionaron en esta actividad para el autoconsumo, otros tantos vieron aquí una oportunidad de negocio que, con el confinamiento y el semáforo epidemiológico, se ha visto cada vez más irrealizable.
Julio César Lucas es conocedor de este sistema al que, dijo, le han apostado últimamente personas jóvenes de Tláhuac, Tlalpan o Milpa Alta, para la producción de hortalizas de hoja verde como la espinaca, acelga, lechuga y arúgula, entre otras.
Esta técnica de cultivo logró crear un sólido mercado entre los vecinos de las colonias Del Valle, Polanco y algunas fondas cercanas. También consiguieron vender en escuelas privadas. Aunque se trata de una producción a pequeña escala, ésta también se vio afectada por la crisis actual.
“A nosotros sí nos pegó por el hecho de que hubo cierres de cocinas y restaurantes, entonces toda esta parte de los cultivos en hidroponía se están viendo muy afectados. Hemos tenido problemas con las ventas y también con los distintos tipos de semillas, porque escasean y los precios subieron muchísimo, porque son de importación y también aumentó el costo de los fertilizantes”, puntualizó.
Por ejemplo, en uno de los proyectos de hidroponía de Tláhuac, de una producción de 400 lechugas no se vende ni 50 por ciento, para salir avante la salida fue reducir los precios 25 por ciento. Así, una lechuga se puede vender entre 18, 25 y hasta 35 pesos, un precio poco más alto que una producida en el campo; entonces, las bajas ventas hicieron que su valor bajara a 12 pesos, es decir casi 66 por ciento.
La salida, dijo Julio César Lucas, no es dejar de producir; pero sí reducir el volumen de la producción aún más y tratar de mantener un precio bajo. “Será así hasta que dure la pandemia, finalmente no tenemos más opción”, lamentó.
EL VIRUS NO PUDO CON EL MAÍZ
Cuenta la leyenda que, en el México prehispánico, los mexicas sólo comían animales y raíces; pero ansiaban probar el maíz que estaba detrás de las montañas. El grano era inalcanzable hasta que Quetzalcóatl, transformado en hormiga, trajo a los habitantes tan preciada semilla.
El maíz es una de las semillas de mayor importancia económica, social y cultural del país, en CDMX se produce en las alcaldías Tlalpan, Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco y una parte de Álvaro Obregón.
A diferencia de lo que ocurrió con otros alimentos de cultivo en la pandemia, las milpas no tuvieron grandes afectaciones; aunque el virus sí provocó que sus productores se empeñaron por agotar la cosecha antes de tiempo, ante el temor de no poder hacerlo en condiciones de la vieja normalidad.
Laura Flores es productora nativa de San Miguel Xicalco, en Tlalpan, desde niña apoya en las labores del campo y con su familia las prácticas de rescate de semillas tradicionales.
Flores Rodríguez indicó que durante la emergencia sanitaria hubo afectaciones en cuanto a la venta de los elotes, porque la cosecha sale en un mismo tiempo y hay que buscar dónde venderlo, este año fue complicado colocarlo, también, por la falta de puntos de venta.
“Vendemos en la UNAM, la Feria del Maíz, en el Zócalo, o el Museo de Culturas Populares, y al no abrir sí nos afectó. En la producción más continua no nos afectó, porque es una producción pequeña y ya tenemos lugares para distribuirlos”, dijo.
Pese a dichos inconvenientes, dijo, la producción del elote salió a flote, como no ocurrió, por ejemplo, con las flores de cempasúchil, que no se pudieron vender al ritmo que sí se venden las nochebuenas. “De ahí, lo único que se pueden recuperar son las semillas; pero para eso se necesita muy poca flor, todo lo demás fueron pérdidas”.
AG