Dos jóvenes narran su historia a La Razón

En La Merced echa raíces “la pequeña Venezuela”

Daniel y Darío habitan en cuartos de madera en Plaza de la Soledad; ahí, subsisten vendiendo comida de su país y se mueven entre puestos de dulces y barberías

Jóvenes venezolanos cortan el cabello para sobrevivir.
Jóvenes venezolanos cortan el cabello para sobrevivir. Foto: Eduardo Cabrera|La Razón

La creciente presión del flujo de migrantes irregulares por el país es ya visible otra vez en la Ciudad de México, donde nuevamente se han instalado campamentos en los que coexisten ciudadanos extranjeros, en su mayoría de origen venezolano.

En la Plaza de la Soledad, localizada a un costado de La Merced, se encuentra un gran asentamiento migrante de casas hechas de madera en las que residen personas como Daniel y Darío, migrantes que llevan más de seis meses en la capital del país esperando pasar de manera legal a Estados Unidos.

Daniel es un joven venezolano de 25 años y lleva medio año viviendo en una casa en este asentamiento, que alberga familias enteras y en el cual ya hay actividades comerciales para subsistir dentro de esta especie de barrio de madera.

Darío (der.) come en una cocina improvisada que construyó.
Darío (der.) come en una cocina improvisada que construyó. ı Foto: Eduardo Cabrera|La Razón

Como la mayoría de los que aquí residen, él espera ser uno de los afortunados en obtener una de las mil 450 citas diarias que hasta ahora todavía ofrece la aplicación CBP One.

El venezolano que viaja con su esposa y su hija de dos años de edad, contó a La Razón que en la travesía “les ha tocado duro”, pues dijo que estuvo a punto de morir ahogado en el Darién.

“Me estaba ahogando con ella (señalando a su hija) y la mamá, me estaba ahogando en el Darién”, contaba mientras veía a su hija correr en la Plaza de la Soledad. “Fue a las seis de la mañana. Yo quería cruzar temprano porque a esa hora empieza a pasar la gente, ya sabes, nada de noche y pues que me aviento. Traía a mi hija en la espalda y mi mujer iba atrás mío, nomás porque iba pasando gente y me ayudó; si no, no la cuento”, aseveró el joven.

Él es uno de los cientos de migrantes que se mueven entre puestos de dulces, comida típica venezolana y barberías, principales actividades que se desarrollan en el lugar, en lo que la gente comienza a conocer como la “pequeña Venezuela”, en donde personas que esperan durante meses por el permiso humanitario empiezan a quedarse estacionados en la Ciudad de México.

Sus casas están hechas con cartón, madera y láminas.
Sus casas están hechas con cartón, madera y láminas. ı Foto: Eduardo Cabrera|La Razón

Migrantes provenientes de Colombia, Ecuador, El Salvador, Haití y, en su mayoría, de Venezuela, todos esperan estar de paso en la capital, pero su estadía llega a superar el año. Ahí, el grupo predominante es el de los venezolanos, que se hacen sentir con banderas de su país colocadas en algunos puntos.

Se trata de un grupo que ha estado cada vez más presente en el país. Tan sólo este año, entre enero y agosto, las autoridades han detenido a 266 mil 846 ciudadanos de ese país, y en la Ciudad de México han sido 748 en ese periodo.

En la “pequeña Venezuela” vive también Darío con un amigo, en un pequeño cuarto hecho con pedazos de madera, tarimas viejas, cartón, láminas y con la parte trasera de los refrigeradores de refrescos de un puesto de dulces como pared, pues dice que no todos pueden rentar una habitación.

Por su parte, Darío trabaja con una vecina en su puesto de comida venezolana, mujer que ha hecho de este su modo de sostener su travesía y vivir en armonía con sus connacionales en esta parte de la capital del país el tiempo que tenga que estar aquí, pues aseguran que México no es el destino.

“Yo a la bestia ya no me subo otra vez”, decía Darío mientras comía en las escaleras de la plaza de la Soledad, ahora conocida también como “Pequeña Venezuela”. “A mí ya me regresaron una vez; mi esposa y mi hija sí pasaron, pero a mí me regresaron, mano”, recalcó.

Ambas personas por ahora radican en la Ciudad de México. David dice que si pudiese volver al pasado, no migraría y no arriesgaría su vida ni la de su familia para intentar llegar a Estados Unidos.

Por su parte, Darío dice que su meta está del otro lado, junto a su esposa y su hija que ya lo esperan por allá.